Río literario donde los haya. Presente en los Cantares del Mío Cid, recorrido por los Infantes de Lara. Y añorado por Berceo, Juan de Mena y Góngora.

Por eso, Unamuno, no podía dejar de cantarle. Aprovecha en esta ocasión, para compararle con su familiar río de la infancia. Con el Bidasoa. Y lo hace en este poema del post exilio. En estos versos  compuestos al volver de su forzosa estancia en Fuerteventura. Justo cuando se reencontró  con su Castilla querida. Habían pasado seis años de fatídicas jornadas de un alejado exilio.

Nos permitimos proyectarlo sobre una imagen de las esclusas del Canal de Castilla, ese que por sus venas  se nutre de y nutre al Carrión. Para admirarnos al ver cómo ese canal inspiró al poeta que venía del mar. Como el canal es la forma del agua.

Un canal quimera que pretendió vincular el mar del cereal con el océano. Que garantizó un transporte regular de trigo en barcos y que se quedó para regar feraces huertas. Tierno y amable, como el Bidasoa, pero necesitando al Duero para ver cumplido su sueño de llegar al mar, aunque los barcos del trigo no transiten su cauce.

Oigamos el diálogo del poeta con el río. Unamuno y el Carrión, comparten nostalgias del Bidasoa. Emociones del poeta al remembrar el río de su infancia. La que produce recordar el pasado del agua al agua del futuro. Cuando el agua seduce al poeta, porque su alma se inunda de país, de paisaje  y de paisanaje.  Y es entonces cuando fluyen su versos del agua. En esta fiesta del agua del 2018 que se nos despidió anteayer.