¿Es saludable el agua que sale por el grifo?


 

 

La respuesta correcta a esta pregunta podría ser premiada con el millón de dólares de la famosa pregunta del ídem. Para todos los seres humanos que tienen suerte de tener uno o varios grifos en su casa, un agua saludable es vital. Y una bendición el hecho de que salga algo que no sea aire, siempre que se abra. Entonces, el chorro va llenando el vaso. Y transmite frescura y bienestar al sediento usuario. Antes de mojar sus labios con el líquido sagrado, resuena la pregunta ¿Es saludable el agua que sale por mi grifo?

El dilema está servido. Unos defienden a capa y espada el caudal potabilizado que llega a casa por la red de abastecimiento. Es más barato, porque es un servicio público. Dependiendo del país en el que se vive, está tratado para garantizar la desinfección o más cosas. Filtrado con carbón activo o con arena, osmotizado si el agua viene del mar o del pozo salobre. Hasta en algunos casos, electrodializado para eliminar sales nitrosas y evitar los temidos trihalometanos ¿Confiamos en estas aguas públicas? Depende de dónde vivamos, la respuesta variará mucho.

Otros son adictos al agua embotellada. Más cara, porque es privada y sujeta por ello al vaivén del mercado. Pero todo el mundo la ve como un agua saludable. Envasadas en cristal, las menos, en plástico la mayoría. Con análisis en cada envase. Aunque el envase plástico sea un residuo maldito ¿Son fiables?

Hace más de un siglo se encontró una solución alternativa a la insalubridad manifiesta de muchas redes y fuentes de abastecimiento municipal: beber agua mineral embotellada. El mejor remedio contra las epidemias de fiebre tifoidea y de cólera. Mano de santo, para quien pudiera pagárselo. Agua saludable embotellada de los mejores manantiales, analizada para asegurar su calidad.

Desde entonces, su consumo ha aumentado exponencialmente. Su popularidad, alcanzó el cénit hace unos años. Episodios recientes en redes de abastecimiento del primer mundo, como el caso de Flint, en USA, refuerzan su poderío.

Y las cifras, lo atestiguan: el agua envasada genera $ 200 mil millones al año y sigue subiendo su recaudación. Las ganancias permiten invertir en campañas publicitarias que consiguen fidelizar cada vez más clientes entre las nuevas generaciones. Venden salud, glamour e inteligencia.

Sin embargo, cada vez surgen más voces críticas en países ricos. En los pobres, se quejan de otras cosas. Los argumentos, van calando en la clientela. Corren rumores de que no todo lo embotellado es un elixir, porque hay algunas marcas que embotellan, simplemente, agua de grifo. O de que, por ser más cara, no es más saludable que la del grifo. Incluso de que también tiene sustancias impuras, porque el envase es permeable a los gases.

Además, se divulgan algunos episodios desagradables en los que las marcas afectadas deben retirar sus productos por presencia de coliformes (caso de Niagara Bottling en 2015). Y para cerrar el círculo perverso de críticas, cada vez está más de moda hablar de la presencia de los temidos microplásticos en el agua envasada.

Se impone una comparación seria entre grifo y botella. Para ello hay que decidir cuál sabe mejor, cuál es más agua saludable,  o más barata, o de mejor calidad. Y, sobre todo, conocer las exigencias legales de calidad en cada país.

En general, viviendo en países con avanzada gestión del agua, se puede estar tranquilo en casa. Porque las aguas del grifo están férreamente reguladas en la mayoría de esos países, los que de medios para tratarla y presupuestos adecuados. Esas son las luces del agua pública. Sus sombras, lo que contiene en algunos casos, que luego analizaremos.

La envasada, sin embargo, tiene sus luces en la calidad contrastada del agua en el momento en que se envasa y sus sombras en el impacto ambiental del embalse-residuo, y en su permeabilidad a los gases. En todas partes cuecen habas. El dilema continúa.

 

Veamos un ejemplo. ¿Qué hay en el agua del grifo en un país tan avanzado en estos menesteres acuáticos como Estados Unidos?

En el quinquenio 2004-2009, el EWG (Grupo de Trabajo Ambiental), analizó 20 millones de muestras de agua de red. El EWG es una ONG que defiende los intereses de los usuarios investigando, redactando y publicando estudios sobre la toxicidad de diversos productos o sobre cultivos subsidiados dañinos para el medio.

El análisis de aguas de red de abastecimiento, detectó 316 contaminantes. La mayoría no disponían de límites legales de calidad. En otros casos, los niveles eran superiores a los máximos establecidos.

Con este antecedente, la confianza se debilita por momentos. Para tranquilizarnos, la premisa fundamental es que la calidad del agua de la red depende de muchos factores y del grado de implicación en su mantenimiento y mejora constante. O sea, de que los presupuestos para ello existan y se mantengan en el tiempo.

Dichos factores son sus características en el lugar de derivación y las de las infraestructuras de transporte y potabilización. También el tipo de proceso seguido y los límites de calidad admisibles. Sin olvidarnos del estado de conservación y el tipo de materiales de las conducciones.

En función de lugar en que vivamos y de la preocupación por mantener estas características en buen estado de revista, tendremos más o menos confianza en lo que sale por el grifo. Si además de poca confianza, disponemos de dinero suficiente, podremos elegir la alternativa de comprar agua envasada, porque podremos pagarla.

En cualquier caso, bueno es saber lo que puede haber en el agua de la red, si no se cuida el ciclo captación-tratamiento-transporte-entrega doméstica.

El agua del grifo puede contener contaminantes microbianos, orgánicos e inorgánicos. Algunos, muy difíciles (o caros), de detectar

El más común es el cloro, utilizado para desinfectar el agua, porque elimina bacterias, virus y protozoos, incluyendo Giardia lamblia, la salmonella y el E. coli. La parte negativa es que se cree que el consumo elevado de cloro aumenta el riesgo de cáncer de vejiga, recto y mama. Da problemas respiratorios, provoca daños celulares, pérdida de memoria y deterioro del equilibrio.

El siguiente es el flúor, usado para intentar reducir la caries dental. Pero en niveles altos, puede provocar rigidez y dolor en las articulaciones, disfunciones de la glándula tiroides y trastornos hormonales.

Siguen las bacterias y los virus que ingresan en las redes por cualquier intersticio abierto:

Otro contaminante probable son los PCBs, bifenilos policlorados, usados en la fabricación de condensadores, televisores y refrigeradores. Cuando acaban en el medio, sobre todo en vertederos, toman contacto con aguas superficiales o subterráneas. Se consideran contaminantes orgánicos persistentes, pues su vida útil es muy larga. Actúan como neurotoxinas, interrumpiendo la producción de hormonas e interfiriendo con el sistema inmunológico.

Qué decir del plomo, que no se haya dicho ya. Redes internas antiguas de los edificios, sometidas a corrosión, lo liberan y acaba en el grifo. El plomo es extremadamente tóxico sobre toido para los niños. Su elevado consumo provoca daños cerebrales, problemas de comportamiento, sordera, cáncer de próstata, enfermedades reproductivas y autismo. También daña los riñones y otros órganos.

No menos terribles son los pesticidas y herbicidas que llegan a los acuíferos desde las zonas regables

No podemos olvidar a los nitratos, usados en la agricultura para nitrogenar las plantas. Pueden causar metahemoglobinemia, que afecta la capacidad del cuerpo para transportar oxígeno a la sangre.

Tampoco el mercurio que causa daños cerebrales, disfunciones cognitivas, atrofias musculares, pérdida de memoria y problemas de la piel.

Ni las drogas y hormonas que proceden de los medicamentos, de la orina y de las heces. Y que cambian el sexo de los peces. Por último, el decálogo de amenazas se cierra con los metales pesados ​​tóxicos: plomo, mercurio, cromo, cadmio, bario y arsénico.

Estas sustancias forman compuestos solubles venenosos cuando se mezclan con agua y pueden ser cancerígenos.

Bueno es saber que normalmente no hay nada o muy poco de estos diez terrores en nuestro grifo si vivimos en un país “avanzado”. Pero no hay que olvidarse de que no se puede bajar la guardia, porque podría haberlo. Y pagar y trabajar duro para que no lo haya.

Una opción intermedia entre grifo y envase, son los filtros domésticos. Las conocidas con filtro, siempre que estos filtros sean los adecuados, serían el remedio más usado por su economía en comparación con otras soluciones.

Hay mucho que mejorar en este campo y de esas mejoras ya hemos hablado en estas páginas. El futuro del agua doméstica pasa vaporizar el agua del grifo y mineralizarla con los minerales que cada usuario necesite más. Agua a la carta, desde el grifo. Pero más cara que el agua del grifo, porque hay que pagar el tratamiento casero y los aditivos minerales deseados

Mientras tanto, hoy en el mundo, el 75% de la población, más de cinco mil millones de personas, están adheridas a una red que acaba en el grifo. La mayoría pertenecen a un sistema legalmente regulado y concienzudamente mantenido. La OMS y la EPA, entre otros organismos, velan por el agua bendita. Y las empresas operadoras, por eliminar todo lo tóxico que haya en el agua, para generar confianza.

El problema es cuando aparecen contaminantes no regulados. Desde herbicidas a subproductos del proceso de potabilización y de las canalizaciones y depósitos antiguos.

Por eso hay que diferenciar entre el agua legalmente potable que sale de casi todos nuestros grifos y el agua “bendita” o libre de contaminantes. Porque contaminante no regulado, contaminante no controlado. Y el problema se agrava porque la mayoría se liberan, como pasa con el plomo, en el último momento. Justo antes de que el agua llegue al grifo de casa. Son ya imposibles de eliminar por el operador del suministro ni por el regulador de la red. Porque la red de canalización de plomo que nos lleva el agua desde la tubería principal a casa, no es de su competencia, sino de la de los usuarios del bloque.

Para tener confianza plena, hay que saber qué contiene el agua, en el momento que sale por el grifo. Y qué lleva en el momento en que abrimos el envase que hemos adquirido.

Si no se hace, siempre quedará, en ambos casos, margen para la desconfianza.

Pero así son las cosas del agua. Lo importante es saber qué puede pasar y actuar en consecuencia. En función de nuestra información y de nuestra libertad de decidir qué agua queremos y cómo la queremos. Desgraciadamente para los menos afortunados, esa decisión depende mucho de nuestro poder adquisitivo. Porque el agua “bendita” es casi siempre más cara que la simplemente potable. Tanto la del grifo como la del envase.

 

Lorenzo Correa

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