El premio Nobel de Literatura del año 1904 fue concedido a José Echegaray. Lo compartió ex aequo con Frédéric Mistral. Como ingeniero civil y matemático, Echegaray también fue sensible al agua. Y hoy nos lo demuestra en este fragmento de su poema dedicados a los encuentros. Con el  agua, fuente de vida. Y con la muerte

Relata tres encuentros con la muerte a lo largo de las tres etapas fundamentales de nuestra vida. Vida que fluye, como el agua en el río. En su cuenca alta, el agua es viva y limpia, como la existencia del niño. Está tan cercana la fuente de la vida…

Por miedo a contaminarse, el agua huye hacia abajo, como el niño fluye inexorablemente hacia su madurez. En su cuenca media, distante de sus fuentes y con más caudal, el agua ya erosiona su cauce, como el joven erosiona su pureza a base de experiencia. Agua, fuente de vida y experiencia

Y al final, en su desembocadura, el río viejo, como el hombre viejo, tiene sed de vida. Sed de aprendizaje que le impulsa a remontar su cauce para beber el agua pura del nacimiento. De la fuente de la vida, que le rejuvenece

Hoy Echegaray nos regala el poema del tercer encuentro, el del hombre viejo que ya ve muy cerca la muerte. Pero, aunque la muerte ya le pise los talones, aun no sacia el agua fría su sed atrasada y ardiente. Siempre hay una fuente a la que acercarse a beber. Nunca se acaba de saciar del todo nuestra sed. Mientras tengamos vida. Bebamos con Echegaray de la fuente de la vida. Sin apurarnos, con tranquilidad. Mirando nuestro reflejo en el agua, hasta que aparezca nuestra sombra y nos fundamos con ella para siempre

Lorenzo Correa

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