Lecciones de la cueva de Tailandia. Fraternidad y respeto ante la inundación


Ha sido noticia de primera plana en el mundo en las últimas semanas. La cueva de Tailandia. De todos es sabido que doce chicos, futbolistas del equipo «Jabalíes salvajes» quedaron bloqueados durante diecisiete días en una cavidad subterránea. Entraron, pero no pudieron salir al inundarse las vías normales de acceso por las fuertes lluvias.

La cueva de Tailandia es una de tantas oquedades naturales situada en zonas cársticas. Por ello, muy permeable. Con el tiempo, el discurrir del agua por los intersticios calcáreos traza redes hidrográficas en el subsuelo. Cuando no llueve, en época seca, estas redes son los accesos y las salidas que utilizan quienes, por ocio, aventura o deporte, quieren llegar hasta lo más profundo de ellas.

Así lo hicieron estos muchachos cuando no había agua y atrapados se quedaron cuando la hubo. La ausencia de ventilación natural inherente a estas cavidades, puso aún más en peligro sus vidas, enrareciendo el aire que respiraban

Con este relato, todos los que aspiran y disfrutan con poder ver arder el globo terráqueo desde su sofá, que son muchos más de los que se cree, tuvieron semanas de interesante ocupación. Todos los medios de comunicación informaron sin cesar sobre el devenir de los acontecimientos en la cueva de Tailandia. Horas y horas de información a pie de cueva. Noticieros, periódicos, redes sociales, nadie se quedó sin informar.

Hemos estado informados al minuto de lo que pasó en la cueva de Tailandia, de la desgracia del buzo y de la alegría del rescate. Creemos que no tanto de «por qué» pasó. Y sin saberlo, no aprenderemos nada para el futuro. Para el futuro del agua, pues el agua fue la que inundó y la que impidió salir tan fácilmente como se  había entrado. De nuevo la inundación infunde pavor. Nosotros queremos que infunda respeto.

¿Qué pasó?: Unos creen que entraron para protegerse de la lluvia. Otros que fue el entrenador que propuso entrar a explorar para celebrar un cumpleaños. Otros que ya habían entrado y salido más veces porque eran de allí y la conocían bien. Lo cierto es que la lluvia los sorprendió. Y allí se quedaron. Mientras se investiga el asunto, hay un detalle poco divulgado en que nos interesa incidir. Por lo del aprendizaje. El cartel de la entrada ¿Por qué pasó lo que pasó, si el cartel estaba en la puerta advirtiendo del riesgo de inundación?

Cartel en la entrada de la cueva de Tailandia
La cueva de Tailandia. El cartel que pudo evitar la desgracia

No somos jueces y no vamos a juzgar a nadie. Ya lo hará quien deba depurar responsabilidades. Somos seres humanos,  nos entristece y emociona la muerte del buzo,  el padecimiento de los protagonistas y el de sus familiares y amigos. También nos alegra y enorgullece como seres humanos la reacción de todos los que pusieron su granito de arena para resolver lo antes posible el problema generado.

Solidaridad humana y colaboración desinteresada es la cara amable de la moneda. La que más se ve, porque sobra. Pero falta algo. Respeto a lo que decía el cartel de la cueva de Tailandia.  A la naturaleza, al agua desbravada, a la inundación. Esa es su cara amarga

Nos interesa incidir en este aspecto: el del respeto al agua y a la señalización que lo pretende imponer. De ahí y solo de ahí se extraerá el aprendizaje

Al vado o a la puente, decían nuestros antepasados para aconsejar a la hora de tomar una determinación y decidir hacer algo cuando la perplejidad, el desconocimiento del territorio o del clima, invadía al decisor. Si hay puente, es mejor cruzar por él antes de hacerlo por el vado. Esa es una señal de respeto a lo que hay o puede haber bajo ambos. Y de respeto a nuestros semejantes, que se jugarán la vida por nosotros si elegimos mal. Como en la cueva de Tailandia

El cartel situado ante la entrada de la cueva de Tailandia contenía un mensaje de aviso y una admonición tajante. Eliminaba el desconocimiento. Hacía referencia al clima, en este caso a la lluvia. No respetarlo es jugársela uno mismo y jugársela a los que vendrán después.   

La historia se repite en cualquier río o cueva, da igual que el agua “peligrosa” sea superficial o subterránea. Paradójicamente, las sensaciones que nos producen los episodios de inundación, hacen brotar espontáneamente el recuerdo de episodios similares, generándonos una nítida imagen del poder de la naturaleza y de nuestra indefensión ante cualquier muestra de su enorme poderío.

Cuando la desgracia sucede (por desgracia cada vez más a menudo), el ser humano es auténtico y se propone no olvidar nunca la lección aprendida… hasta que, pasado un tiempo sin sobresaltos, el olvido vuelve a enseñorearse de todo y comienza de nuevo el ciclo. La inundación, el tsunami, la sequía, el huracán, cualquier fenómeno natural imprevisible o difícil de prevenir, no es más que la sensación que provoca automáticamente el recuerdo y nos pone en nuestro sitio. El respeto y la información es lo único que nos impide el olvido y el nuevo tropiezo en la misma piedra.

Es el aviso que la Dea Mater, nos envía para que no olvidemos nunca las obligaciones que, como madre, tenemos con ella. Una inundación es un desbordamiento, una salida de la madre que es el cauce, o una brusca elevación del nivel freático que inunda cotas habitualmente secas de un acuífero.

Respeto, aunque solo sea por fraternidad. Ese sagrado valor de la fraternidad ante la tragedia del desbordamiento, de la inundación, que hace el efecto de un flash en la noche, que deslumbra al humano iluminando su memoria genética con resplandores de leyenda.

Algunos aprovechan el destello para fomentar la amistad. Y el afecto entre hermanos. O entre los que se tratan como tales. Eso es la fraternidad, además de labor y deber de todos.

Desde el diluvio universal, casi todo es zona inundable y por ello susceptible de tragedia. Hoy tocó la cueva de Tailandia. Y otra vez, la desgracia provocó fraternidad.

Leamos lo que Víctor Hugo escribió a propósito de una inundación y que sirve para estas de hoy y para todas las que vengan, porque vendrán:

La verdadera resistencia del hombre a los desastres es un aumento de amor. Amarse, hablarse. La solidaridad de los hombres es una respuesta a la complicidad de hechos misteriosos. Así, el tercer factor de la gran ecuación humana, la Fraternidad, radica en la tierra. Los gobiernos se interponen en el camino de la Libertad y la Igualdad. Vendrán en su momento, y de repente, la libertad a pesar de la tiranía, la igualdad a pesar de la aristocracia. Pero la Fraternidad es la puerta que se abre, es el bolso que se vacía, es la mano que ayuda. ¿Cómo prevenir esto? Bien, lo sé, bajo esta mano amiga, la frontera se llena, bajo este bolso vacío, los corazones se llenan, por esta puerta que se abre, el futuro entra.

¿Y el respeto? Frágil memoria, que refrescamos. Porque hace solo un año, en agosto de 2017, al menos 23 personas murieron en Tailandia. Solo en  un mes. Y lo hicieron por las inundaciones provocadas por las fuertes lluvias del monzón en el noreste del país. Este año, parece que las lluvias se adelantaron algo. Y también se ha pasado muy mal. Aunque afortunadamente solo hubo una víctima

Respeto al cartel y al recuerdo de lo que pasó en el país hace un año. Porque volverá a pasar. Y se volverá a hablar del riesgo creciente de inundaciones. Dirán que es a causa del calentamiento climático. O de la deforestación y de la sobreexplotación agrícola. Pero no se hablará mucho de la señalización y de su debido respeto. Parece que eso no vende tanto como los otros aspectos, divulgados ya hasta la saciedad.

Ojalá también se hable del riesgo creciente de afecciones.  En este caso, a personas y bienes derivados de las inundaciones por la falta de respeto a la naturaleza. Hay que adaptarse a ella. Pero que también se hable de respeto a lo que dicen los carteles. Como el de la cueva de Tailandia. En este caso, solo hace falta saber leer.

Con la fraternidad siempre contamos. Quiera Dios que aumente el respeto hasta el elevado rengo en el que ya la tenemos a ella. Aprendizaje de futuro del agua de la cueva de Tailandia. Fraternidad y respeto. Lean los carteles y hagan caso, por favor

Lorenzo Correa

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