Rectificar ríos es hacerlos rectos. Antes de que fuéramos tantos en el mundo y supiéramos tantas cosas, los ríos no eran rectos en casi ningún tramo. Se iban haciendo a sí mismos sin prisa. Aprovechando las iras jupiterinas
que desataban tempestades, para ir recorriendo su camino. Nadie los reformaba, ellos se lo hacían todo. Pero ahora, rectificar ríos es la norma
Cuando encontraban un obstáculo, lo sorteaban. Así, iban enlazando curvas, una tras otra, de meandro en meandro. Las aves, que eran los únicos seres vivos que podían disponer de una vista generosa de su trazado en planta, disfrutaban de sus rizos, de sus giros y de su enervante geometría curvada.
Solo eran rectos cuando vencían, con ayuda de Júpiter, su batalla contra el terreno abrupto. Sólo Júpiter sabía rectificar ríos. Si alguna vez conseguían ganarla, se rectificaban ufanos de su fuerza. Pasaba el tiempo y los caudales «normales», tan lejanos en volumen y velocidad de los de avenida, los curvaban. Para que llegaran en un serpenteo tranquilo hasta el mar.
Luego llegamos nosotros, los humanos de última hornada. Y decidimos que había que utilizar los interiores de esos meandros para nuestras cosas. Y rectificar ríos, porque, si el cauce nos estorbaba en nuestro afán de desplazamiento rápido y seguro, había que cubrirlo. O enderezarlo y fortalecerlo en sus márgenes. Irás, río, por donde yo te diga.
Y así los vemos hoy, rectificados. Yendo al mar por el camino más corto, que es la línea recta. A poder ser, sin salirse de los límites que hemos fijado. Escollera, muro de hormigón, margen en talud vegetado o no, pero siempre que sea posible, recto. Estamos en la época de rectificar ríos.
Hasta aquí la reflexión de hoy. Vean un río rectificado en construcción y saquen sus conclusiones. Si alguien quiere compartirlas, se lo agradecemos de antemano.
Aquí lo pueden hacer, por el futuro del agua .
Lorenzo Correa
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