Al futuro del agua no se llega procrastinando


Las ciudades representan un papel protagonista en el desarrollo económico mundial, aportando más del 80 % del producto mundial bruto (PMB). No en vano en solo 600 conurbaciones que acogen al 20% de la población del mundo, se produce el 60% del PMB. La gran ciudad es un motor económico, genera empleo, concentra servicios y ofrece soluciones baratas para el ocio de sus habitantes. Y necesita agua para construirse, crecer, desarrollarse, mantenerse lozana y bella, reformarse y reinventarse. Para todo.

La reinvención ideal sería la que permitiera convertir a la ciudad en un ente inteligente. Para ello, hay que actuar y no instalarse en la queja, en el victimismo, en el catastrofismo o en el “dolce far niente”. O sea, no procrastinar. El agua es la gran prioridad en las ciudades del futuro y por eso también hay que actuar de forma decidida e inteligente en la reinvención de su gestión, sin caer una  y otra vez en esa procrastinación que hoy ocupa nuestra atención semanal. O desterramos el hábito de postergar actividades o situaciones que deben atenderse, sustituyéndolas por otras situaciones más irrelevantes o agradables o el futuro no será lo que esperamos, porque ya no hay tiempo de aplazar intencional y habitualmente algo que debe ser hecho sin demora.

Las ventajas evidentes de la urbanización son muy atractivas para el común de los mortales y de las corporaciones empresariales, para el comercio y para el turismo; y todos ellos acuden a las ciudades como las moscas a la miel. Pero tienen su lado oscuro: la impermeabilización severa del territorio, la inadecuada gestión de las infraestructuras hidráulicas del agua potable y de la residual y el deficiente manejo de los residuos sólidos, llevan inexorablemente a la inundación, a la escasez de agua y a su contaminación, lo que supone afecciones a la salud y enormes costes de rehabilitación que noquean y anulan la capacidad de resiliencia de las grandes urbes. Por eso estamos cansados de oír que el coste de la inacción es muy alto.

Tan alto como el crecimiento de la población mundial. Hay que actuar por lo tanto en cada escenario con una estrategia adecuada al mismo, ya que no es lo mismo una ciudad carente de servicios básicos de agua, o una ciudad sin soluciones de saneamiento, que una ciudad que trata el agua con eficiencia y capacidad de adaptación al entorno natural o una ciudad inteligente respecto a la gestión del agua. En el primer caso, se requiere actuar mediante una planificación a largo plazo, definiendo una agenda urbana ágil y coherente que maximice los beneficios comunes de la adaptación y minimice los costes. Aquí entran de lleno en funcionamiento herramientas como las áreas metropolitanas que mejoran la gobernanza y aceleran la transición desde la nada a ciudades hídricamente inteligentes. El sector del agua, tan consolidado en el primer mundo, puede jugar un papel importantísimo en el resto de los mundos, aunque necesita previamente reenfocarse de una manera radical.

La prognosis aceptada comúnmente sobre la población mundial futura nos informa de un aumento de mil millones de personas para el 2030, año en que nuestro planeta tendrá 8.500 millones de personas, que llegarán a ser 9.700 millones en 2050 y 11.200 en 2100. La ubicación de estos usuarios del agua no es homogénea, sino que el desequilibrio es muy acusado: el 60 % vive en Asia, el 16 % en Africa, el 10 % en Europa, el 9 % en Iberoamérica y el Caribe y el 5 % restante se reparte entre EEUU y Australia

El crecimiento tampoco es uniforme en todos los países: en África seguimos observando un crecimiento exponencial, que implica una extraordinaria demanda de recursos hídricos, pero en la Europa occidental y el entorno indio (India, Bangladesh, Nepal, Sri Lanka, Bhutan, Pakistán, Afganistán y Maldivas), el crecimiento es gradual y en China va decreciendo a causa de las consecuencias en el tiempo de la política de un hijo por pareja

Sin embargo, la urbanización crece sin parar en ambos mundos, de manera que, dentro de 35 años, un 67 % de la población será urbana, lo que significa que por lo menos en las próximas 4 décadas, las ciudades seguirán absorbiendo usuarios del agua y por ende, ingentes volúmenes de agua potable. Los datos son escalofriantes: hoy ya existen del orden de 400 ciudades con más de un millón de habitantes y 23 megápolis con más de 10 millones de residentes. Sólo en Asia tendremos alojadas en ellas a las dos terceras partes de la población continental en 2050, aunque en algunos países desarrollados el porcentaje subirá hasta el 80%. Y habrá que abastecerles de agua.

El hecho cierto es que la emigración del campo a la ciudad produce casi 200.000 clientes diarios que buscan encontrar un lugar urbano donde vivir. Y ello supone que los próximos 40 años habrá que construir unas 3.000 ciudades del calibre de Amsterdam…con su agua bien gestionada, claro. Amigos, prepárense para contemplar dentro de solo 15 añitos como se ha doblado el número de personas que vivirán en ciudades en Asia y África. ¿Tendrán su agua bien gestionada? Ese es el reto.

Analicemos la situación actual: en las ciudades, el agua potable representa un mínimo porcentaje del total de la huella hídrica de un país. Es sabido que la agricultura se lleva entre el 70 y el 80% del agua disponible, la industria cerca del 25% y lo que queda, del orden del 2-3% es para agua potable. Además, la mitad de las ciudades con más de 100.000 habitantes se ubican en cuencas con escasos recursos naturales de agua, aunque casi toda el agua usada en la ciudad (casa e industria), vuelve a una masa de agua una vez usada. La realidad es que si sumamos los sectores doméstico, industrial y energético, contabilizaremos únicamente el 10% del agua que se usa en un país.

Algunos pensarán que eso es muy poco, pero hay que añadir el agua virtual, la que el ciudadano consume al vestirse, comer…vivir. Para comer necesitamos agricultura, pescado y ganado. La primera es responsable del 92 % de la huella hídrica. El tercero juega un papel fundamental en la lucha contra la deforestación y la pérdida de biodiversidad, pero su presencia afecta a la huella hídrica humana, a la contaminación del agua y a su escasez. Por eso los ciudadanos pueden incidir positivamente en la reducción de la huella hídrica si reducen el consumo de animales en sus dietas y si hacen un esfuerzo para no desperdiciar comida (más del 30% de la producción alimenticia acaba en el cubo de la basura sin consumirse).

Aunque parezca mentira, una amenaza como la del cambio climático puede obligar a hacer cosas, a iniciar procesos proactivos de adaptación. Esto es una constante en la historia de la humanidad. Si pensamos en las consecuencias de las inundaciones, podemos poner el ejemplo de Holanda: en el año 1953, casi 2.000 personas perecieron ahogadas, lo que provocó la ejecución de un ambicioso plan a largo plazo (el Plan Delta), que ha generado soluciones para que ese problema no vuelva a repetirse con la misma virulencia.

O el de Melbourne, paradigma de las ciudades con terribles sequías y espantosas inundaciones cíclicas. El último período seco, que ha durado 10 años, ha obligado a construir una planta de desalinización, a situar múltiples instalaciones de infiltración de agua de lluvia y a implementar la reutilización legal del agua residual tratada. Ahora Melbourne es una ciudad sensible al agua, una ciudad “aquainteligente”. Y los ciudadanos están emocional y racionalmente implicados en ello, están orgullosos de que su ciudad sea así y cada uno contribuye con su granito de arena consumiendo menos e instalando recolectores domésticos de agua de lluvia. Este es un ejemplo de gestión seductora, que demuestra que la buena gestión es una sinergia entre la acción individual cimentada en la confianza y la implementación de soluciones ambiciosas y costosas por parte de aquel en quien se confía. No es una utopía, en Melbourne se ha hecho. Aprendamos de ellos: el reto está en pasar de medidas reactivas a transiciones proactivas mediante audaces decisiones que se derivan de procesos cohesivos a largo plazo

Esas costosas y ambiciosas soluciones son, en nuestro caso, infraestructuras hídricas urbanas para que los ciudadanos dispongan de protección contra los desastres acuáticos (sequías e inundaciones), garantizando además la disponibilidad de agua superficial y subterránea de calidad y su correcta depuración para devolverla al medio en condiciones aceptables para la fauna y la flora que en él reside. El Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (UNEP, en inglés) estima que en el período 2005–2030, se invertirán en todo tipo de infraestructuras unos 40 billones de dólares para restaurarlas, mejorarlas y adecentarlas en países desarrollados y para construirlas en los países en vías de desarrollo. Las correspondientes al agua se llevarán unos 23 billones, mucho más que lo estimado para las relativas a energía, carreteras, ferrocarriles, puertos y aeropuertos juntas. La inversión en depuradoras y colectores de aguas residuales será la más dotada presupuestariamente. Buenas noticias para los ingenieros del futuro, que los de ahora ya llevan años bastante deprimidos en este ámbito del agua. Y es que la demanda ya es demasiado evidente como para ignorarla, porque si se ignora, las soluciones se incrementarán en su presupuesto exponencialmente.

Cumplir este objetivo es muy costoso, pero también tendrá un retorno importante: si el gasto previsto es de entre el 1,8 y el 2,5 % del PIB anual, generará más de 3 billones de dólares en beneficios adicionales de carácter económico, ambiental y social.

Se trata de evitar que, dentro de 10 años, 2.000 millones de personas carezcan totalmente de agua y que 2/3 de la población mundial sufra escasez. De satisfacer un 40 % más de demanda de agua en las ciudades que ahora. De evitar afecciones a 2/3 de las grandes ciudades por elevación del nivel del mar… y la subsidiencia de los deltas de los ríos. De luchar contra un incremento cierto de la intensidad de las precipitaciones y de la duración de las sequías. De la detención de la intrusión marina, de la remoción de salinización de los acuíferos en zonas regables. Y de luchar contra emisiones de nutrientes que se duplicarán en 40 años por la rápida urbanización: eutrofización, pérdida de biodiversidad, de bancos de pesca, de instalaciones de acuicultura y de turismo.

Es el reto de la gestión sostenible del agua, ya asumido por todas y cada una de las organizaciones internacionales (World Economic Forum, OCDE, ONU, OMS y FAO), reto que no solo pasa por un desarrollo tecnológico acusado que defina soluciones dirigidas para resolver la demanda. Estas tecnologías deberán convivir y nutrirse con las aportaciones de las instituciones implicadas y moverse al ritmo que marquen los procesos sociales y económicos asociados a ese desarrollo. O sea que nada podrá hacerse con garantía de éxito sin involucrar previamente a los ciudadanos que viven en esas ciudades. El objetivo es que la generación que siga a la que tomó las medidas no reciba una herencia compuesta de deudas que no pueda pagar y de inacciones o decisiones inadecuadas

Para concluir, se trata de resolver rápidamente la escasez de agua dulce, para dar garantías a miles de millones de personas y cubrir una demanda que aumentará en un 40% en 15 años.

¿Cómo?

  • Cambiando el escenario, porque las formas tradicionales de resolver las carencias de agua aportando recursos lejanos o cercanos en las cantidades demandadas, han demostrado que tienen sus consecuencias negativas en forma de salinización y de sobreexplotación de acuíferos. En el futuro, hay que planificar teniendo en cuenta estas experiencias e incluir aspectos hasta ahora inéditos como la recuperación de nutrientes y la eficiencia energética. Porque el agua no es solo “agua potable”
  • Reenfocando la manera de actuar combinando las actuaciones promovidas desde instancias gubernamentales con iniciativas de la sociedad civil y del sector privado, implementando procesos de actuación siempre sostenibles, sobre todo en un entorno ambiental tan complejo como el urbano
  • Radicalizando la forma de actuar. Diversos factores se acumulan: la intensidad de los efectos ambientales y económicos del calentamiento global en las ciudades es enorme, debido a la velocidad con que se están produciendo. Esto afecta a la seguridad de sus habitantes que cada vez son más (190.000 personas diarias se trasladan a las ciudades). El mercado laboral, se mueve con cada vez más empresas que se van de Europa con sus empleos correspondientes. Los retos de una agricultura cada vez más dependiente del riego para asegurar cosechas de calidad. Y los elevadísimos costes de las infraestructuras del agua y de su mantenimiento. Hay que actuar rápida y contundentemente.

Un procrastinador, frente a la envergadura de este reto, no haría nada. Para hacer algo, debería dejar de serlo generando expectativas seductoras sobre los resultados que pueden obtenerse, valorando la importancia de trabajar duro en ello, sí como la gran satisfacción obtenida con el logro efectivo, lo que sin duda refuerza y potencia su impulsividad.

Los gestores procastrinadores no tienen cabida en el futuro del agua. Ya no pueden seguir adoptando actitudes que persigan evitar lo que causa molestia, ni creyendo que no son capaces de hacer las cosas bien, o eliminado se su agenda lo que no crean que sea importante. Fuera ideas y creencias limitantes. La gestión debe enfocarse en tomar decisiones, solucionar problemas, enfrentarse al estrés que genera lo que se está haciendo, generar ambientes y recursos favorables para llegar los primeros a la meta y mantener siempre la fluidez en la comunicación de lo que se necesita y lo que dificulta el avance en el trabajo cotidiano. Focalizar siempre lo importante,  no solo el corto plazo y tener la absoluta constancia de que la recompensa llegará en su momento, haciéndose lo menos vulnerable posible a la tensión que acompaña siempre a la impulsividad, que normalmente le impide seguir adelante y por eso tiende a evitar o minimizar.

Ahora que el tiempo se acaba, toca recorrer el camino inverso del que trazó Gabriel Celaya: Su camino le llevó a fabular sobre ese “gigantesco aparato ortopédico que es la ciudad” y posteriormente a huir de ella, fabulando también, hacia el río y hacia el mar, convertido en un aventurero romántico entregado a la emoción. Nos toca a nosotros acompañar a los gestores del futuro del agua para que vuelvan a ser aventureros románticos entregados a la emoción y dejándose llevar por nuestros impulsos vitales. Para que así, desde el mar vuelvan a la ciudad, cambiados, diferentes… a los orígenes, al principio blando y cenagoso, a la madre ciudad que nos acoge y alberga.

Lorenzo Correa

Safe Creative #1608240244452

¡ Síguenos en las redes sociales !

twitterfb

¿Te interesa la gestión del agua desde la perspectiva del coaching?

Ponte en contacto con nosotros para más información sobre la participación de Lorenzo Correa en charlas, conferencias, formaciones o debates a nivel internacional

Recibe un email semanal con nuestras publicaciones

Te das de baja cuando quieras.


Deja un comentario