¿Ciudades esponja? Filadelfia, Shanghai y Benjamin Franklin.


Deconstruir es una herramienta muy adecuada para construir el mejor futuro del agua posible. Sobre todo cuando ese futuro venturoso exige que las inundaciones no visiten las grandes ciudades con demasiada frecuencia y que el agua no se quede en sus garajes subterráneos y en sus zonas de menor cota hasta que las bombas no la achiquen.

Si el futuro urbano es la “Smart City”, con riesgo de inundación, solo nos quedaremos con una “City” huérfana de “Smart”. O actuamos de manera inteligente, deconstruyendo la ciudad impermeabilizada, o las sucesivas lluvias acabarán con el bienestar, la comodidad y la seguridad en los entornos urbanos en los que ya reside la mayor parte de la población mundial. Y con parte de su población. Una cosa es el imparable crecimiento de las ciudades, puesto que en ese caso, la planificación inteligente puede adoptar medidas adecuadas para que la nueva urbanización no produzca más agua debido al incremento de superficie impermeabilizada, mediante técnicas de absorción tipo SuDS, balsas de laminación y similares y otra es evitar que siga sucediendo lo que hasta ahora ha sucedido cuando llueve fuerte en las superficies correspondientes a los cascos antiguos o no tan antiguos, en las que se construyó cubriendo antiguos cauces cuando estos se convirtieron en urbanos  o se diseñó una red subterránea de drenaje rígida a la que se fue conectando todo lo que el progreso aportaba en forma de nuevas edificaciones, que ya no puede absorber lo que le llega. Cuando ambas situaciones coinciden, el problema es en muchos casos irresoluble y las quejas se convierten en un sonsonete desagradable y poco efectivo para resolver el problema.

Hoy nos cuentan en la prensa el caso de Filadelfia y a él dedicaremos unas líneas. Allí recuerdan muy bien a Benjamín Franklin, impresor, estadista, inventor, uno de los redactores de la declaración estadounidense de independencia y hombre bueno donde los hubo. Aunque había nacido en Boston, se hizo “alguien” en Filadelfia y por eso se le considera como un hijo predilecto. En su faceta de científico, su relación son el agua fue intensa: como inventor del pararrayos, conoció muy bien las nubes, pues descubrió su carga eléctrica. Además, encontró un sistema racional para la limpieza de las calles y para ello tuvo que cavilar mucho sobre el drenaje urbano, intuyendo que impermeabilizar grandes superficies con pavimentación y edificación, evita la natural infiltración al subsuelo y según sus palabras, la “renovación y purificación de las aguas subterráneas”, por lo que profetizó que, urbanizando así, los pozos se secarían o sus aguas, en el mejor de los casos serían pestilentes.

A finales del siglo XVIII, cuando Franklin estaba en plenitud de facultades, su ciudad estaba surcada por una enorme variedad de cauces divagantes que desembocaban en los ríos Schuylkill y Delaware su pestilente carga. Para evitar tanto los olores como los colores del agua, se comenzó la red de alcantarillado, adoptando la solución clásica de “meter bajo la alfombra” lo que era mejor no ver ni oler. Esa “moderna red”, que tapaba las vergüenzas, pero que solo trasladaba el problema en vez de resolverlo, fue creciendo y aumentando los diámetros de sus colectores y así, con sus luces y sus sombras, cuando la red no podía absorber todo lo que entraba, hemos llegado a nuestros días, a unos días en los que ya se ha decidido tomar medidas potentes e inteligentes, porque la situación actual es insostenible y carece de futuro por costosa y obsoleta, ya que los ríos receptores ya no pueden absorber esas cargas contaminantes que les llegan a través de los cauces urbanos.

Todo comenzó en 1987 con una enmienda a la “Clean Water Act” o Ley de Agua Limpia de 1972 que dio toda la autoridad a la EPA en estos menesteres. Por ello, la agencia ambiental dio instrucciones para que Filadelfia redujera sus vertidos a la red unitaria de drenaje. Esto suponía actuar en una ciudad que en tiempos de Franklin era atravesada por innumerables cauces (unos 450 km de longitud entre todos), a cielo abierto, que se fueron canalizando y cubriendo hasta llegar a disponer de una red de alcantarillado de 4.200 km de longitud. La consecuencia reciente es que tormentas con caudales asociados a períodos de retorno bajos colapsaron las tres depuradoras de la ciudad, vertiendo los afluentes no tratados a los ríos. Unos 60 hm³ al año se vierten sin tratar, con la consiguiente contaminación fecal y destrucción de hábitat por contaminación piscícola de derivados del petróleo y metales pesados como plomo y zinc, en los ríos que disponen de captaciones de agua potable para la ciudad a una cota muy inferior a la de la salida de los aliviaderos de la red de drenaje.

En 1999, el Departamento de Agua optó por una solución convencional de túneles y bombeos, diseñando un túnel central de 10 m de diámetro y 42 km de largo, con un plazo constructivo de dos décadas y un coste estimado de $ 10 mil millones. Como era inasumible para la ciudad disponer en 20 años de esos presupuestos, se le denominó el ‘túnel de los 100 años’, plazo estimado para poder pagarlo. Mientras que Chicago optó por este tipo de soluciones, Filadelfia optó por otra

La opción inteligente elegida fue la de deconstruir, regenerando la rígida e impermeable placa urbana, hasta permeabilizarla y hacerla más elástica. Para ello, en el año 2011 se redactó un proyecto a desarrollar en 25 años, cuyo objetivo era que los aliviaderos de la red de aguas pluviales funcionaran solo el 15% de las veces que lo hacían al inicio del proyecto. Reduciendo las descargas de estos aliviaderos de manera tan drástica, se evitan la mayoría de los vertidos al medio, que los recibe en los casos en los que la red no puede absorber los caudales de lluvia y los descarga en esos castigados cauces.  Ya vimos aquí lo que se está haciendo en Lyon y ahora vemos como cunde el ejemplo y en Filadelfia están destinando $ 2.400 millones en implementar infraestructuras verdes que cubran la ciudad como un mosaico. La iniciativa cuenta con el apoyo del sector privado que actúa en su ámbito de propiedad y pretende resolver con este presupuesto lo que, si se hubiera continuado expandiendo y aumentando los diámetros de la red de tubos hubiera costado $ 9.600 millones

En la capital de Pennsylvania, esta decisión, que afecta a una ciudad ribereña del Delaware con más de seis millones de personas, si contamos con su área metropolitana, se ha apostado por hacer sitios a infraestructuras permeables, todo lo verdes que sea necesario, entre edificios, parques, calles y avenidas. Quien posee una vivienda individual o pareada, instalará  un modesto barril de lluvia que ponga a buen recaudo lo que caiga sobre su tejado. Quien disponga de más superficie colectora, almacenará el agua y la conducirá a túneles de biorretención a los que llegará el agua desde superficies arenosas en las que se habrán plantado gramíneas, plantas resilientes, arbustos y árboles. Además de jardines, se plantarán pantallas arboladas y se dotará de techos verdes a las cubiertas de los edificios. Las Técnicas de Drenaje Urbano Sostenible (TDUS), en todo su esplendor, hasta conseguir que, en el año 2035, la ciudad disponga de la mayor infraestructura permeable de aguas de la nación.

Desde la década de los 90 del pasado siglo va proliferando de menos a más la adopción de este tipo de soluciones en los EEUU, con ejemplos tan visibles como Maryland, pionera en biorretención,   Portland, en Oregon, que animaba a los vecinos a desconectar las bajantes del tejado de la red de de pluviales para que el agua se quedara en el jardín o Milwaukee, con su Plan Director  «ReFresh Milwaukee», que evita que esas aguas lleguen al Lago Michigan y que espera que en solo 20 años pueda evitarse que los primeros 12 mm de lluvia intensa en tormenta lleguen a la red o al medio, capturándolos donde caigan. Como la superficie impermeabilizada de la ciudad es de 113 km², el reto tiene su importancia y si sale bien, los resultados serán espectaculares. Como último ejemplo a reseñar está el de Seattle, cuya meta es actuar sobre nada más y nada menos que 2600 km³ de agua de lluvia en su programa RainWise

Además de en EEUU, estas soluciones de van adoptando en  otros continentes: en Europa , tenemos el caso ya citado de Lyon y el de Copenhague, con su “Cloudburst Management Plan”, que desde 2012 está generando 300 zonas de captación en toda la capital para retener y liberar las aguas pluviales. El coste estimado cuando culminen todas las actuaciones es de Las iniciativas establecidas en este Plan cuestan más de 500 millones de euros  y protegerán a la ciudad de avenidas con caudales asociados a 100 años de período de retorno. Aunque parezca caro, solo en el año 2011, las inundaciones costaron la increíble cifra de 670 millones de euros

En China, algo está cambiando también en este negociado: el barrio de Lingang, ahora bautizado como Nanhui, en la megápolis de Shanghai, es una de las llamadas en China “ciudades esponja”. En la superimpermeabilizadas China, estas ciudades pretenden imponer un sistema alternativo al drenaje urbano clásico. Por eso el concepto de ciudad esponja utiliza la infraestructura verde como leit motiv de su implantación para aumentar paulatinamente ese escaso 30% del agua de lluvia que ahora se infiltra en el terreno en las áreas urbanas. Pavimentos permeables, un gran lago artificial, tejados verdes en azoteas y jardines de lluvia, también se están poniendo de moda en China

Tras la funesta experiencia de 2012, en la que Beijing literalmente “se ahogó”, el proyecto de las ciudades esponja, se inició en 2015 con 16 ciudades piloto y en solo dos años, ya son 30, Shanghai incluida. Quien conoce esta Ciudad, sabe que no es fácil permeabilizarla sin recurrir a los techos verdes, de los que se pretende disponer en una superficie de 4.000 ha de azoteas, mientras que para dentro de dos años, las nuevas urbanizaciones dispondrán de un 20% de suelo permeable, para detener la salida del 70% de la escorrentía de aguas pluviales, que subirá al 80% en 2030

Cuentan con una subvención del 20% del gobierno central. El reto está en conseguir el 80% restante de la iniciativa privada y los presupuestos de las administraciones locales. Aunque no es fácil para el peatón o el automovilista atravesar las zonas permeabilizadas, habrá que acostumbrarse a dar un rodeo. La parte positiva es que la Ciudad podrá atraer más turismo con el aliciente de disfrutar de su “nueva” vegetación urbana y sus lagos, que ya están empezando a ser rodeados por hoteles y por el museo marítimo

Volviendo a Filadelfia, las autoridades locales han definido la nueva unidad de medida del proyecto, que denominan el “acre verde”. Para los poco familiarizados con las unidades de medida de allá, recordamos que un acre equivale a 0,4 ha. Pues bien, cada hectárea de la ciudad recibe cada año unos 4.000 m³ de agua de lluvia, unos 2.000 por acre. Pretenden crear 10.000 acres verdes que engullan la primera pulgada de lluvia que les caiga encima y las traslade a infraestructuras verdes gestionadas por la administración competente. Las cifras indican que los 1,100 acres verdes que ya están en funcionamiento han engullido tres veces más del agua esperada, reduciendo los volúmenes que recibían las redes de drenaje o el medio en 6.000 m³

Los urbanistas defienden estas soluciones porque no solo evitan inundaciones, contaminación y colapso de depuradoras, sino que además generan microhábitats ecológicos y mejoran la estética urbana cambiando el gris por el verde, permiten que se respire mejor y apaciguan el bochorno generado por las islas de calor urbanas, creando una atractiva red de parques urbanos elevados situados en las azoteas de los edificios.

Para concluir, datos fehacientes: en seis años, el Departamento del Agua, en colaboración con grupos ecologistas y asociaciones cívicas, ha finalizado 152 proyectos de infraestructura de aguas pluviales verdes financiados con fondos públicos. Unos 300 más se están desarrollando en escuelas, estacionamientos públicos, parques y tejados. El departamento ha desarrollado una red «GreenSTEM» que involucra a los estudiantes en el monitoreo ambiental y la recopilación de datos y ha iniciado un proyecto de Green Homes. El reto es completar los beneficios de los acres verdes con las actuaciones privadas en individuales en edificios de viviendas de pequeño tamaño y sobre todo en viviendas unifamiliares con jardín. El Departamento de Agua está ofreciendo a los propietarios y desarrolladores privados una combinación de incentivos financieros, que van desde subvenciones directas hasta reducciones en las tarifas de alcantarillado, que son recaudadas por la ciudad para cubrir el costo de la gestión de la escorrentía de aguas pluviales.

En los próximos años Filadelfia se afanará en estandarizar la construcción de infraestructura verde y extraer datos para garantizar su efectividad. Los costes se van reduciendo en función del creciente grado de adopción de estas técnicas. Y nuevas inversiones se reciben en los terrenos afectados, sobre todo en suburbios a los que antes el dinero no acudía y que ahora al mejorar su aspecto hacen que se fije en ellos. Hay prognosis de impacto económico de tres mil millones de dólares durante los primeros 25 años de desarrollo del proyecto  y parece que la delincuencia se va reduciendo

La mejora es perceptible, aunque aun débilmente. Disponer de mil acres verdes es sólo la décima parte de lo que se necesita, pero es solo el pistoletazo de salida para que se produzca el quiebre y se potencie la deconstrucción de las ciudades, para hacerlas más inteligentes y vivibles.

 

Lorenzo Correa

Safe Creative #1608240244452

¡ Síguenos en las redes sociales !

twitter          fb

¿Te interesa la gestión del agua desde la perspectiva del coaching?

Ponte en contacto con nosotros para más información sobre la participación de Lorenzo Correa en charlas, conferencias, formaciones o debates a nivel internacional

Recibe un email semanal con nuestras publicaciones

Te das de baja cuando quieras.


Deja un comentario