Poesía del siglo de oro español en nuestro miércoles poético, con un poeta, alabado por Lope de Vega, que nos hace oír el fragor de las aguas del Ebro, que hoy afortunadamente ya va superando la escasez de caudales que arrastraba debido a la sequía. Lupercio Leonardo de Argensola, poeta y colaborador de nobles, desde el duque de Villahermosa a la emperatriz María de Austria. Cronista mayor del Reino de Aragón en 1599 y al fin, en Nápoles, secretario de virrey. Entre Aragón e Italia, la vida le hizo siempre ir hacia oriente y en su periplo vital aún tuvo tiempo de impulsar la Academia de los Ociosos, que contaba con Quevedo entre los suyos.
Poeta amante del clasicismo y la sencillez se aparta tanto del barroquismo gongorino como de las innovaciones modernas de Lope.
Hoy nos canta al Ebro, conversando con las musas en un soneto espléndido en el que compara al río español por antonomasia consigo mismo, porque ambos avanzan en sentido opuesto al recorrido del sol. Y ya con el río dentro del poema, que es lo mismo que de su alma, aprovecha para confesarle sus penas de amor, para que sepa que las lágrimas que derrama por haber perdido los favores de su amada, son para ella tan baladíes como lo son las aguas del río para el mar en el que se vierte.
Y, como la mitológica Filis, regresa nueve veces a las orillas del Ebro esperando la visita de su amada. Cuántos regresan hoy en día también a sus riberas para analizar la calidad de sus aguas y calibrar si los estragos de los trasvases son peores que sus beneficios, para seguir llorando o evitar añadir más lágrimas a sus caudales, poco valorados por el mar cuando se funden con él, siempre infinitamente más rico en agua.
Lorenzo Correa
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