Mirar hacia atrás en el tiempo, como la vida, a veces te da sorpresas. Leyendo a los expertos que aman los ríos y su entorno, uno tiende a pensar que en el pasado el río tenía más libertad en su cauce, más calidad en sus aguas y más cantidad en sus caudales, porque los ribereños le profesaban un sagrado respeto. Así las cosas, todo en el espacio fluvial era más verde, más bonito, más estético, más libre de barreras, menos ocupado…en fin, el paraíso del estado prístino .
La realidad es que cuando observamos fotos antiguas de ríos y las comparamos con las modernas, en muchas ocasiones no era así. Siempre que el humano estaba cerca por negocio, oficio o habitación, el río debía adaptarse a sus necesidades, a su comodidad o sus caprichos.
Véase la muestra con esta foto antigua, en la que sobre el centro comercial ubicado sobre el lecho fluvial, vemos emerger la torre de la catedral, enhiesta y vigilante y como todas, cercana al cielo. Tanto que nunca recibió la visita de las aguas en avenida, porque está situada, al revés que el centro comercial de antaño, aparcamiento de hogaño, en zona no inundable ni inundada. Todo muy humano
Un siglo más tarde, poco ha cambiado. En la siguiente foto, la torre de la catedral sigue ahí, vigilante aunque ya ve menos al río, pues para poder seguir yendo a los centros comerciales, que ya no ocupan su lecho, hubo que cubrir el cauce y aparcar sobre él a esos vehículos que nos dan tanta comodidad y nos eximen de ir cargados como mulos cuando volvemos de comprar.
Sin duda, es el progreso, que también ha llegado a nuestros ríos urbanos y humanos
Lorenzo Correa
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