Allá donde el cauce pierde su casto nombre


Antiguamente, había palabras de mal escribir, sobre todo cuando representaban a alguna parte poco visible del cuerpo humano. Por eso, lo educado era reemplazarlas por una alegoría literaria. De ahí viene la que se refiere a la parte del cuerpo que se sitúa allá donde la espalda pierde su casto nombre. Aunque ahora ya estas cosas quedan muy poco cool y a todo se le llama  ya por su nombre, nos apetece comparar aquella parte del cuerpo, hasta hace poco innombrable con esos lugares donde los cauces pierden su casto nombre, como el de nuestra fotografía.

El río humano de hoy,  acaba al llegar a la zona urbana y entra en un oscuro túnel, a veces tan maloliente como la parte del cuerpo a la que nos venimos refiriendo. Son esas útiles y baratas coberturas de cauce, que permiten trazar calles, cruzar carreteras y ferrocarriles, diseñar parques, construir edificios y fábricas o dar continuidad a las playas en superficies tan poco rentables y productivas como los lechos casi siempre secos de las ramblas . El cauce pierde su luz y se tapa, avergonzado para que nadie vea lo que en ese túnel se acumula, su síndrome de Diógenes. Pero, sobre él a plena luz del día,  la ciudad gana espacio para el ciudadano. Visto así , queda cool. Visto como en nuestras fotos de hoy, no tanto, aunque no deja de ser una analogía literaria.

Lorenzo Correa

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