Finaliza nuestro año poético 2017 con una poetisa argentina del siglo XX, Silvina Ocampo, esposa y hermana de escritores de raza, Adolfo Bioy Casares y Victoria Ocampo, respectivamente. Para Silvina, «cuando uno escribe, todo es posible, hasta lo contrario de lo que uno es».
Bien lo sabía ella, que comenzó por la pintura, siendo discípula de Chirico y de Léger, en París: tuvo que dejar la pintura porque le molestaban los colores y no podía ver las formas, emboscadas bajo la confusión cromática. Sólo le quedaba escribir y eso es lo que hizo, teniendo como maestro y amigo del alma a Borges.
Su relación literaria con el agua fue profunda, porque para ella escribir era tener un manantial a mano y por eso la escritura fue la salvación de su vida, cuando el agua del río o del mar intentaba atraerla y llevársela. Proclamaba ufana que Palinuro, el piloto de Eneas, descansaba en su corazón como en las aguas azules del mar, en sus profundidades donde Eneas fue a buscarlo, irredento. Esas profundidades que tocan los delfines del poema que hoy nos presta, cuando dormidos recalan en el fondo del mar, para despertarse y volver a subir, como nuestros sueños.
Despidamos el año con Silvina y los delfines, proyectando su poema sobre las cristalinas aguas del Caribe en su paraíso hondureño de la isla de Roatán
Lorenzo Correa
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