El aprovechamiento energético de los ríos tiene una larga tradición, que se remonta en España a la época romana y que se «tecnifica» a partir del siglo XV. A lo largo de los siglos XVII y XVIII cobra una intensa actividad con la proliferación de los molinos hidráulicos de grano. Es entonces cuando se comienzan a derivar caudales en todo tipo de ríos hacia canales cada vez de mayor longitud y sección y a dejar tramos de río secos, que piden para su recuperación, como cualquier enfermo débil, una transfusión de la vena del canal a la arteria del río aguas abajo de la instalación productora de energía. Es la humana hemorragia del río, que pierde su caudal y no lo recupera hasta, a veces, algunos kilómetros más abajo, aunque al final «la sangre, siempre, llega (vuelve) al río.
El paisaje habitual del río, alterado por molinos harineros o bataneros, cambia a peor en sus tramos secos entre la derivación y la reincorporación de la «sangre» al cauce y vuelve a mejorar cuando recibe la transfusión. Entretanto, la rueda de cangilones gira al recibir el impulso del agua viva y genera la energía necesaria para la supervivencia del molinero. Progreso y fortaleza para unos, debilidad para otros. Paradojas del agua y de la vida. Vean en la foto como revive el río Tormes al recibir la transfusión para llegar a Salamanca con la máxima energía posible en un otoño-invierno muy seco.
Lorenzo Correa
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