La resiliencia es un arma cargada de futuro


Las grandes ciudades son cada vez más vulnerables a los desastres, porque cada vez hay más y están más pobladas. El agua los provoca cuando las visita sin anunciarse y se prodiga en su entrega de caudales  y también cuando deja de visitarlas por mucho tiempo. Drenaje urbano adecuado, fuentes de suministro diversificadas, redes en perfecto estado de conservación, hábitos de ahorro y solidaridad entre los usuarios y buena planificación entre los administradores, con transparencia en  su gestión, son los retos a asumir para llegar al objetivo de poder vivir confiadamente, pagando lo que corresponde por un buen servicio y disminuir el riesgo de pérdida de vidas humanas, de propagación de epidemias y de ruina económica.

Pagar por el servicio, porque ya hay solución para casi todo puesto que la tecnología tiene las respuestas, pero pagando. Quien sabe cómo pagar, quien tiene clientes que están dispuestos a ello, quien consigue el dinero de la solidaridad, de la mala conciencia del rico o del cielo directamente, se salva. Quien no lo consigue, está condenado a sufrir las consecuencias de los desastres. Aunque con dinero, también se sufren

Muchas personas creen que el riesgo se puede eliminar empleando el dinero para vencer a los elementos SÓLO con estructuras de contención de peligros y riesgos que generen la seguridad  absoluta de vencerlos en cualquiera de las formas en que se presenten, o con las que permitan traer agua de más lejos. Tubos más largos, bombas más potentes, mucha energía, filtros más estrechos y muros más altos. No es suficiente. Lo novedoso es que entra en el debate el uso del arma de la resiliencia que ayude a ganar la batalla generando ciudades, países, estructuras y ciudadanos cada vez más resilientes.

Para iniciar el camino, las Naciones Unidas organizaron la Conferencia Mundial sobre la Reducción de los Desastres que  se celebró en 2005 en  Hyogo (Japón) y por eso se conoce con el nombre de “Marco de acción de Hyogo”. Allí se aprobó, para la década 2005-2015 un programa de aumento de la resiliencia de las naciones y las comunidades ante los desastres con el objetivo de promover un enfoque estratégico y sistemático de reducción de la vulnerabilidad a las amenazas, peligros y riesgos, mediante el aumento de la resiliencia de las naciones y las comunidades ante los desastres

                                                                Así  controlan la inundación en San Antonio, Texas

Pero ¿cuántas personas entienden bien el concepto de resiliencia?   Su definición es clara, es la capacidad que tienen los cuerpos para volver a su forma original tras haber sufrido deformaciones producto debidas a la fuerza.

Ahondemos en la definición y comprobaremos que supone un aumento de la capacidad de recuperación de las ciudades, para afrontar la avalancha humana que se prevé, porque en 30 años, las dos terceras partes de la  población mundial vivirá en áreas urbanas y para prepararse ante el aviso del Panel Internacional sobre Cambio Climático, respecto a que las pérdidas económicas mundiales derivadas de los desastres han aumentado significativamente, hasta llegar a afectar en los últimos 20 años a más de 200 millones de personas que sufren amenazas y peligros en su vulnerabilidad física, social, económica y ambiental. Es obvio que los fenómenos de origen hidrometeorológico provocan la inmensa mayoría de los desastres. Pero los esfuerzos por reducir el riesgo invirtiendo en estructuras de defensa no resuelven del todo el problema, a pesar de que cada vez se invierte más en ello. Por ello se apuesta por integrar en las políticas y en la planificación, programas de desarrollo sostenible y reducción de la pobreza y recibir el apoyo de la cooperación y la asociación a nivel bilateral, regional e internacional, porque el desarrollo sostenible, la reducción de la pobreza, el buen gobierno y la reducción de los riesgos de desastre son objetivos que se refuerzan mutuamente.

Profundicemos aún más en el concepto de la resiliencia. En el ámbito individual, todos conocemos personas que, frente a situaciones adversas, no solo logran salir adelante sino que aprenden del mal trago y experimentan un desarrollo personal armonioso y positivo, en lugar de hundirse definitivamente. Para explicarlo, las ciencias sociales utilizan el concepto físico de resiliencia y lo aplican enfatizando que NO es invulnerabilidad, porque a quien le toca sufrir, sufre, pero el resiliente tiene una capacidad muy acusada de disfrutar de una elevada calidad de vida a pesar de todas las experiencias dolorosas.

Si cambiamos personas por ciudades (que no son más que los recipientes donde las personas viven), podemos seguir el relato de Eduardo Galeanocada ciudad  brilla con luz propia entre todas las demás. No hay dos fuegos iguales. Hay fuegos grandes, fuegos chicos y fuegos de todos los colores Hay ciudades de fuego sereno, que ni se enteran del viento, y ciudades de fuego loco, que llenan el aire de chispas. Algunos fuegos, fuegos bobos, no alumbran ni queman; pero otros arden con tantas ganas que no se puede mirarlos sin parpadear y quien se acerca se enciende”.

Galeano relaciona resiliencia con luminosidad y con diversidad,  porque la resiliencia debe surgir de la zona luminosa de la urbe, la que la hace fuerte  y se revela útil a partir de las diferencias en la reacción ante circunstancias adversas, generadoras de estrés; así, unas ciudades son devoradas por la adversidad, por desequilibradas y otras se recrean para mejor a pesar de la adversidad.

En latín, «resilio», significa volver atrás, rebotar. En español, resilencia es la capacidad humana universal para hacer frente a las adversidades de la vida, superarlas o incluso ser transformada por ellas.

Una ciudad resiliente deberá resistir a la adversidad, sorteando dificultades, aprendiendo de las derrotas y reconstruyéndose a mejor, transformando lo negativo en nuevas oportunidades y ventajas. Deberá mantenerse viva y creativa en una senda que, como la vida, se hace al andar gracias a los fuertes vínculos tejidos a lo largo de su vida. Deberá establecer relaciones sociales constructivas, dimensionar los problemas, mantener la esperanza frente a las dificultades, extraer aprendizaje del estrés, desarrollar iniciativas y definir metas posibles de alcanzar.  Así podrá recuperarse  o volver a su estado anterior, ante la acción de un agente externo, pero no exactamente al mismo estado, sino a un estado tan bueno como aquel pero mejorado por el aprendizaje

Las tres amenazas en nuestro menester acuático son sequía inundaciones y contaminación, el trío perverso que atenaza el presente y el futuro de las grandes ciudades y por ello el de sus habitantes. El reto está en suministrar agua durante y después de un desastre, en librarse de su furia incontenible y en luchar contra su contaminación y la de todo lo que toca en origen. Las empresas privadas ofrecen soluciones a base de tecnologías puntas que tiene  un coste que la ciudad (los ciudadanos), debe asumir. Cuando se lo puede permitir, es cuestión de probar. Cuando no…de poco sirve la tecnología si no se puede ( o no se quiere), sufragar su coste.

La novedad es que ahora ya se venden productos, servicios y soluciones para  “crear resiliencia”. La resiliencia ha entrado en el mercado para  garantizar “agua buena” , reforzar infraestructuras débiles  y tener preparadas en cualquier caso respuesta que permitan una rápida recuperación y vuelta al estado inicial tras el desastre. El mercado ya ofrece soluciones holísticas a medida, que se adaptan al lugar de implantación, a la magnitud de la ciudad y a los gobiernos involucrados en las soluciones necesarias y lo hace porque ve clientela, ya que un tercio de la población mundial sufre escasez de agua por lo menos un mes al año. Como además la densidad de la población aumenta, es lógico que las infraestructuras veteranas acusen cada vez una mayor debilidad. Para fortalecerlas, ofrecen productos de respuesta rápida porque saben que solo en la primera década de nuestro siglo, afrontar los desastres naturales costó casi dos mil millones de dólares en el mundo y con una respuesta rápida, se ahorran vidas, tiempo y dinero.

No son infraestructuras exclusivamente lo que hace falta, son sistemas de alerta temprana, es coordinación entre responsables y es, y esto quizás sea lo más novedoso, esforzarse por   acercar a todas las partes interesadas y ponerlas a debatir sobre el papel de la resiliencia en la planificación de soluciones en los dos ámbitos principales: el más vistoso que es el de inundaciones, deslizamientos de tierra e intrusiones del mar en la costa debidas a huracanes y terremotos y el de escasez de agua, que es el más importante, porque ya son casi 200 millones las personas que viven en las grandes ciudades con menos de 100 litros al día de agua y porque casi 1.000 millones conviven con la escasez estacional, sin llegar al menos un mes al año a eso magros 100 litros diarios. Cifras que van creciendo con el paso del tiempo, esperando que en 30 años más de la mitad de los 6.000 millones de personas que vivirán en grandes ciudades sufran de escasez  de agua en sus viviendas y ciudades. Sin agua la ciudad se para, se encoge, se enferma y muere. Por eso usar el arma de la resiliencia supone una tabla de salvación para la buena gestión del agua, sea cual sea su disponibilidad, al combinar las diferentes soluciones de las que ya hemos tratado aquí profusamente con incentivos económicos, medidas regulatorias y avances tecnológicos. Solo la alianza hace posible al resiliencia.

Finalizaremos con tres ejemplos un ejemplo de uso de armas  resilientes, cargadas de futuro:

  • Reutilización industrial

Ya hemos hablado aquí profusamente de la problemática hídrica de la India, paradigma de la escasez, de la contaminación y de la exposición al riesgo, ya que el 16 % por ciento de la población mundial reside allí y solo tienen  el 4% del agua dulce . En Mumbai viven 20 millones de personas, por lo que es un excelente laboratorio de ensayo del arma de la resiliencia. El metro necesita 1.200 m³ diarios de agua para sus instalaciones y derivarlos de la red de agua potable sería un crimen, teniendo en cuenta la escasez generalizada para usos personales. La iniciativa privada implementó una actuación resiliente concreta, con un Sistema de Aireación Extendida de Ciclo Interno de flujo continuo, que ya se había utilizado en un millar de instalaciones de tratamiento y tratamiento de aguas residuales en todo el mundo. Así se consiguió airear, sedimentar y decantar agua residual en una planta compacta, energéticamente eficiente y rentable, para después filtrar y desinfectar, adaptando las instalaciones al espacio disponible y reutilizando para el uso deseado aguas residuales para usos industriales.

  • Reutilización  doméstica

Se construyó, tanbién en India, una planta de reutilización de agua residual para usos de boca, que integra el proceso anteriormemte descrito con membranas de ultrafiltración y un sistema de desinfección ultravioleta para producir agua potable.

  • Drenaje urbano

Cada vez más se apuesta por una alternativa al drenaje unitario mediante elementos de infiltración obligando a  todas las nuevas actuaciones urbanísticas en grandes áreas metropolitanas a resolver «en origen» el drenaje adecuado del agua de lluvia que captan y retienen. Esto se contempla en los programas de  «ciudad permeable», que han demostrado su eficacia ya en Lyon, aunque aún queda mucho camino por recorrer en todo lo que  se refiere a lo que unos llaman “pedagogía” y nosotros preferimos llamar “educación emocional para la seducción”.

En 2016, el comité técnico multidisciplinario de esta ciudad evaluó los costos de inversión y de operación de la gestión del drenaje urbano comparando la red separativa convencional, con los sistemas de infiltración y concluyendo que éstos son siempre más baratos, incluso a 60 años vista. Los tubos son dos veces más caros que la infiltración, hasta un 74% más caros a largo plazo

Resiliencia es hacer  inversiones prospectivas en la reutilización del agua. Solo hay que inveritr en ello, porque como escribió Josep Pla, “para vivir el agua es tan importante como los sentimientos”. Y no hay quien viva sin ambos.

 

Lorenzo Correa

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