Unamuno y el cárcavo sobre el cuérnago del Carrión


Vuelve a dejarnos su estro luminoso Don Miguel de Unamuno. Y nos trae reminiscencias de un río literario, donde los haya, el Carrión palentino, río entrañable, río niño, río dócil pues no se atreve a salir de los límites provinciales por los que discurre toda su existencia.

Pero río literario, repetimos, donde los haya, desde los Cantares del Mío Cid y  los Infantes de Lara, a Berceo, Juan de Mena y Góngora.

Y Unamuno, no podía dejar de cantarle, en esta ocasión, comparándole con su familiar río de la infancia, el Bidasoa, en este poema del post exilio, compuesto al volver de su forzosa estancia en Fuerteventura y reencontrarse con su Castilla querida: seis años de fatídicas memorias de un alejado exilio.

Nos permitimos proyectarlo sobre una imagen de las esclusas del Canal de Castilla, que se nutre de y nutre al Carrión,  porque el Canal inspiró al poeta que venía del mar.

Ese Canal quimera que pretendió vincular el mar del cereal con el océano, transportando trigo en barcos y que se quedó para regar feraces huertas; tierno y amable, como el Bidasoa, pero necesitando al Duero para ver cumplido su sueño de llegar al mar, aunque los barcos del trigo no transiten su cauce.

Carrión y Bidasoa. Unamumo

 

Lorenzo Correa

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