Hacia una cultura matriarcal del agua


Continuando en la estela del post del lunes pasado, dedicado a la deconstrucción del discurso del futuro de la gestión del agua, le toca ahora el turno a las culturas del agua que alimentan y retroalimentan los diversos discursos existentes.

Si convenimos en que probar la eficacia de la herramienta de la deconstrucción es una acción deseable para lograr el cambio de paradigma de base, lo que se logre supondrá una  feroz sacudida en el contenido de las culturas del agua.

Nuestras culturas del agua son emocionales por relacionales, porque las relaciones humanas se ordenan desde la emoción. Y se basan en el modelo de cultura patriarcal, que produce entre otras lindezas ese penduleo entre el espasmo y el marasmo tan característico de las Españas. La antítesis de la cultura patriarcal es la matriarcal que la precedió y ambas culturas derivan de dos formas distintas de relacionarse los seres humanos entre sí y con la naturaleza, o sea también con el agua. Porque las relaciones humanas se ordenan desde la emoción y no desde la razón. Escribo por Maturana: ” La cultura matriarcal es la que precedió a la aparición de la agricultura y el pastoreo. En ella, las madres cuidaban de su familia en armonía con la naturaleza. El mal en esta cultura solo era un error y se corregía con el conocimiento. Con el tiempo, llega el pastoreo que supone un hito indeleble en la historia de la humanidad: la exclusión del lobo, originalmente realizada por hombres, por los patriarcas. Se quiebra la confianza en la relación con la naturaleza, porque hay que defenderse del lobo.

La confianza es el fundamento del vivir y del beber, como bien saben ahora los que no confían en lo que beben. La noción del mal, cambia y nos marca: es una falta que se corrige con el castigo y el perdón, introduciendo las religiones en la vida humana.

Ya tenemos implantada la cultura patriarcal, que se centra en expectativas y apariencias y vive en la esperanza, o sea en la exigencia. Al revés que la matriarcal, que no vivía en la esperanza por no tener exigencias, por lo que vivía en la inocencia.

Pues bien,  nuestro modelo (tan moderno por antiguo), de cultura patriarcal, que extrapolamos al de las culturas en plural del agua, se basa en la competencia, que genera mentira y engaño al estar centrado en la autoridad y el control por falta de confianza en el mundo “natural” (¡Que viene el lobo, o la privada, o la administración, o la directiva o…!).

El pastoreo (vayan haciendo sobre la lectura las similitudes con el “agüeo”), surge cuando una pequeña comunidad que vive siguiendo animales migratorios comienza a impedir que el lobo, que también vive de los mismos animales, siga alimentándose de ellos. Al hacerlo, la familia establece un límite que impide al lobo el acceso a su fuente normal de alimentación y lo excluye en una acción que de hecho constituye un acto de apropiación. En la vivencia de ese acto como legítimo, surge el emocionar de la apropiación en una dinámica progresiva que lleva a matar al lobo en lo que se vive como la defensa de lo conquistado a la madre Natura de la misma manera que se defiende la vida. Cuando esto pasa a ser algo normal (porque las familias crecen al estar mejor alimentadas y los lobos decrecen por lo mismo), surge el pastoreo como modo de vida (el nuestro actual) y surge también la desconfianza en la naturaleza, el control, la enemistad y la guerra, porque los instrumentos de cacería se tornan en armas.

El pastoreo es pacífico solo en ausencia de guerra activa, pero su constitución NO es pacífica. Esa es la cultura patriarcal, que nace de un hecho del que no se suele hablar nunca cuando se analizan los problemas de la gestión del agua: que cada vez somos más seres humanos y la superficie de la tierra y el agua aprovechable en ella es prácticamente constante, o sea que cada vez tocamos a menos. La añorada sociedad antigua prístina, tan armónica con la naturaleza, tan matriarcal, lo era solo por una razón: porque había comida y agua suficiente para hombres, mujeres y lobos

Y en las culturas acuáticas patriarcales nos movemos entre el espasmo y el marasmo, en un juego infinito de emociones sin conversaciones. Con un vocabulario plagado de “hay que” y “se debería”, que nos ubican en el marasmo. Si no se señala el quién (hace y paga), el cuándo se hace) y el cuánto (cuesta), todo seguirá igual, sumido en el marasmo en el que nos encontramos. Si no se cambia responsabilidad (empezando por un “yo creo” o “yo voy a hacer”), por victimismo (girando sobre “los otros”), seguiremos en el marasmo, siguiendo la “la ruta colectiva, lana contra lana y cabeza caída” que citaba Ortega y Gasset…más pastoreo. Salimos del espasmo provocado por la publicación de la directiva marco y su interpretación tan patriarcal y caímos en el marasmo de la paz del rebaño orteguiano, morando en su nostalgia

Hemos atesorado una importante tradición gestora, tanto técnica como jurídica y política, que han tenido como consecuencia una particular “manera de estar y pensar” en sociedad: la visciencia orteguiana. Y un terrible péndulo con oscilaciones mareantes. Tras el espasmo directivista llegó la crisis que impidió la financiación de las medidas tan onerosas como imprescindibles a adoptar para superar los altísimos niveles de exigencia que la interpretación de la norma europea definió. Ahora se atisba la salida de la crisis. Sin la excusa de la falta de presupuestos, ¿qué se hará?

Por eso es hora de esforzarse en regresar a la cultura matriarcal, lo que no es fácil, aunque lo sea más el comenzar ese camino de regreso con paso firme y determinación de llegar a la meta. Los obstáculos son importantes, pero lo más importantes es identificarlos, situarlos y divulgarlos: El primero es el número creciente de potenciales usuarios (para beber y para deteriorar su calidad), del agua. Actuar de manera planificada para controlar la superpoblación y combinarlo con la disminución de la destrucción ambiental, ayudaría a mejorar las condiciones de acumulación de bienestar humano, porque ya se acabó el mundo natural terrestre que funciona como un mundo autónomo que se sostiene a sí mismo.

El gran esfuerzo colectivo e individual que exige el nuevo paradigma de base, no puede ser solo para salir de una crisis severísima, tras la cual adviene la relajación, sino el suficiente para dar el salto del marasmo al… punto medio que marca el cambio exigido por la deconstrucción del discurso numantino de las culturas del agua (“político” o “religioso”), que nos podría llevar de nuevo al espasmo.

 

Las ideologías políticas (la política hidráulica) y religiosas (la religión de la vuelta al estado prístino), se fundamentan en la apropiación de la verdad, y por ello son fuentes de negación de los que no comparten la misma creencia. No admiten la conversación. Las soluciones generalistas, bienintencionadas y plausibles sólo retardan los cambios estructurales necesarios. Esfuerzo común, responsabilidad individual, arrimar el hombro, lucha personal, coraje, emoción en la relación… que patriarcalismo, sobra. Ni “se debería”, ni “hay que”. “Vamos a…” luchar por un nuevo paradigma de base en la gestión del agua que recupere en la medida de lo posible los fundamentos de la cultura matriarcal acuática.

Deseando el advenimiento de la confianza como fundamento de la convivencia social, confianza entendida como la actitud en la que nos encontramos en una relación sin preguntarnos por su legitimidad, que aceptamos de partida.

Sí, para que cambie la cultura, tienen que cambiar nuestros deseos.

Lorenzo Correa

Safe Creative #1608240244452

¡ Síguenos en las redes sociales !

twitter   fb

 

Recibe un email semanal con nuestras publicaciones

Te das de baja cuando quieras.


Deja un comentario