Suavizando el papel de lija del mapa del desierto: agua y Gran Muralla Verde


Después de la guerra, el principal motivo que obliga a las personas a emigrar hacia el primer mundo es la desertificación de los territorios en los que habitan. Si hay un territorio “seco” a un paso de Europa, ese es el Sahel, con sus casi 4000 km de franja que de oeste a este recorre el sur de Mauritania, Senegal, Malí, Burkina Faso, Níger, el norte de Nigeria y Camerún, Chad, Sudán y Eritrea. Es el cinturón del hambre en el que la miseria se expande sin control obligando a las personas a emigrar.  La Gran Muralla Verde podría ser un freno a esta sangría.  Ramón Gómez de la Serna escribió que «En el papel de lija está el mapa del desierto». Y ahora que  el desierto extiende su mapa lijando territorios limítrofes otrora feraces, hace falta agua para materializar la idea de la Gran Muralla del Sahel, la idea ramoniana, gregueríaca, de que  el agua suavizará la destructora e imparable lija desertificadora.

El concepto de Gran Muralla nos lleva a la que en China se construyó durante 18 siglos, con 6.400 km de longitud para defenderse de los mongoles y otros potenciales invasores, pero también para reforzar la idea de unidad de una nación, la que quedaba confinada por sus muros. En este caso, la gran muralla verde del Sahel pretende también unir a los países por los que discurre en un esfuerzo común.

En nuestro caso de hoy, esta nueva gran muralla pretende cruzar África poniendo freno a la expansión del desierto del Sahara, con una longitud de 7.600 km, superior a la de la muralla China. Y opta por  proteger las tierras y revertir su degradación actual, actuando en una superficie de 7,8 millones de km² en la que residen más de 230 millones de personas, a base de restaurar 100.000 km² al año hasta el año 2027. El reto es costoso, como demuestra el hecho de que en estos diez años ya transcurridos sólo se ha completado un 15 % del total, casi todo en Senegal…¿se conseguirá acabar con éxito el proyecto?

Para conseguirlo, 3.700 millones de euros se han comprometido en la Cumbre del Clima de París de 2015. Los fondos los aportan mayoritariamente el Banco Mundial, el Banco Africano de Desarrollo, la Unión Europea, la FAO (Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura) y entidades privadas como la International Conservation Caucus Foundation.  Ahora toca trabajar en restauración con los agricultores para regenerar bosques, tierras de cultivo y pastizales, sobre todo donde la degradación es ya casi irreversible. Hay que aportar semillas y realizar siembras de alta calidad, seleccionando muy bien las especies autóctonas a plantar. Y después hay que regar.

Si los objetivos se consiguen, ¿servirán para detener el flujo migratorio o para que los que quieren salir de esas tierras consigna dinero para hacerlo?

La realidad es que la oleada de emigración de la zona que se espera en el próximo trienio alcanza la exorbitante cifra de 60 millones de personas, que abandonarán el  África subsahariana debido a la desertificación. Son los emigrantes climáticos

Hoy por hoy, sus habitantes viven en un entorno natural árido y polvoriento, surcado por escuálidos rebaños de vacas y cabras que a duras pena sobreviven en tan terribles condiciones de vida. Los huertos minúsculos y los animales de corral son las únicas fuentes de alimento posible. Para regar estos jardines que salpican de colores el árido suelo, enjambres de mujeres vierten en ellos el caudal extraído del pozo más cercano y transportado por ellas en latas de estaño en una penosa caravana que no tiene más fin que cuando el pozo se agota o cuando se agotan las porteadoras.

En ese huerto y en el pozo que le aporta alimento reside la subsistencia, pero son tan precarias las condiciones y tan pocas las garantías de sustento y progreso que la tentación de marcharse se hace imposible de vencer y todos los que pueden y muchos  de los que no pueden, inician el viaje a ninguna parte con la esperanza como única prenda en la maleta. Unos acaban en prisiones libias, otros no se sabe donde, algunos llegan a la meta para comenzar un nuevo calvario y desde allí si es posible traerse a su gente… sean cuales sean las noticias de los que se fueron, todos quieren imitarles.

Poco a poco se va imponiendo un nuevo mensaje: el de la esperanza de que la muralla frene al desierto y los huertecillos actuales crezcan y se multipliquen a su sombra y abrigo.

Todo empezó hace 10 años, cuando varios Jefes de Estado y de Gobierno africanos avalaron el proyecto panafricano de la Gran Muralla Verde del Sahara y el Sahel, e involucraron a dos decenas de países, organizaciones internacionales, institutos de investigación, sociedad civil y organizaciones de base. En el principio la solución eran árboles para parar el avance de las dunas, suguiendo la estela del proyecto que el Gobierno chino pretendió realizar para frenar el avance de las dunas del desierto del Gobi. China ha levantado ya una muralla de 4.500 kilómetros de árboles, que ocupa actualmente unos 500.000 km ² y pretende alcanzar los 400 millones de ha en 2050, desde Xinjian a Heilongjiang.

En el Sahel, de la mera plantación de árboles y los trabajos de fijación de dunas, que avanzan a buen ritmo en Mauritania, se ha pasado a algo más sofisticado, planificándose un mosaico de intervenciones adaptadas a los ecosistemas locales y las necesidades de la comunidades. La FAO en colaboración con la Unión Europea (UE) y el Mecanismo Mundial de la Convención de las Naciones Unidas de Lucha contra la Desertificación (CNULD), apoya a la Comisión de la Unión Africana (AUC) y a los países socios para promover y desarrollar planes de acción ya en marcha en Burkina Faso, Chad, Djibouti, Eritrea, Etiopía, Gambia, Malí, Níger, Nigeria y Senegal,  y elaborando los de Argelia, Egipto, Mauritania y Sudán están en fase de elaboración.

El ejemplo de Senegal es representativo: desde el inicio de las plantaciones en 2008, esencialmente con diversas especies de acacias, incluyendo la de la goma arábiga, se han plantado 11 millones de árboles, se recuperaron 27.000 ha de terrenos baldíos  y, lo que es más importante, se han creado los llamados  jardines polivalentes, en los que hortalizas y frutas conviven con prados  y a los que el agua llega o bien com ohasta ahora desde los pozos o bien desde balsas de retención y captación del agua de la lluvia. Este es taller del que las mujeres extraen el alimento para que subsistan sus familias y para venderlo en el mercado.

Y de esta idea debe nutrirse el cambio de paradigma sobre las soluciones a adoptar para resolver la crisis migratoria: el dinero de los donantes debe destinarse a la muralla, pieza clave de la estrategia básica de contención de la emigración masiva, que debe trasladar a la sociedad opulenta que la causa de las guerras y de los problemas económicos que obligan a viajar hacia el norte no es otra que la ausencia de futuro en un territorio extenso en el que es imposible vivir de la tierra y en el que   las tasas de fertilidad son elevadísimas, pues la región del Sahel crecerá en 250% en sólo unas pocas décadas, llegando a 340 millones de personas en 2050. El peligro está en que si el éxito del proyecto no es total, habrá algo menos de pobreza, más hombres jóvenes sanos con más familia que mantener, menos cosechas por la sequía y la desertificación. Esos hombres jóvenes solo tienen dos opciones: o marchar lejos o unirse a las redes de traficantes o a algún grupo extremista.

La realidad es que la tierra ya no es fértil, los bosques ahora son arenales, hay más sequías y duran más tiempo; el pasto es irregular y escaso; la temperatura es más alta y llueve menos. El pastoreo excesivo ha agotado la tierra, se han talado cada vez más  árboles para alimentar rebaños, impidiendo que nada crezca. Cuanto menores son las parcelas cultivables, más conflictos genera su uso y propiedad. Además los grupos armados toman por la fueraza el agua, los alimentos y la tierra cultivable. La huida es imparable

De ahí la importancia de los jardines comunitarios, la prueba piloto en Senegal. Se reparten semillas y fertilizantes, se contrata personal local, se les paga la factura del agua y se realizan obras de capatación, embalse y distribución, se vallan las parcelas   y trae en los sistemas de agua, fertilizantes y alambre de púas para la seguridad. Cada lunes, las mujeres llevan el producto al mercado. El objetivo es la autosuficiencia, produciendo para consumo propio y venta en el mercado y manteniendo el huerto con los beneficios de la venta en aldeas cercanas, pero también en el futuro a esa Europa que importa alimentos, ya que el único lugar del mundo donde se puede producir alimentos en cantidad es África.

Imaginen que dentro de 15 años, se dispone de 50 millones de ha de tierra restaurada, que da seguridad alimentaria a 20 millones de personas, que disponen de acceso a tecnologías agrícolas resilientes aplicables a 10 millones de pequeñas fincas que generan 350.000 empleos en todo el continente. Ese es el reto de la Gran Muralla Verde del Sahel. El peligro reside en que la mejora inicial en las condiciones de vida empuje a cada vez más gente a marcharse por carecer de confianza en su futuro y el de sus países, que confíen más en los beneficios de la inversión en un billete a Europa que en recuperar su vida en su entorno familiar y ambiental, porque es un hecho comprobado que a medida que el ingreso de los hogares aumenta en el África subsahariana, también aumenta la propensión a emigrar.

La solución está en informar a los viajeros de los peligros del viaje: muerte en el desierto nigeriano, ahogamiento en el Mediterráneo, brutales cárceles migratorias, esclavitud en Libia… al menos la idea de la Muralla combate la desertificación, el hambre y los perjuicios de la sequía

Las perspectivas de éxito no son, desgraciadamente muy halagüeñas: La mitad de la suoerficie de la muralla, 65 millones de ha, equivalentes al  8% de la superficie total de zonas áridas, necesita algún tipo de intervención. Al ritmo marcado por la  Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible de las Naciones Unidas, de aquí a ese año se deberían transformar la cifra imposible de 5 millones de ha anuales. Por eso ya se mira hacia la Agenda 2063 de la Unión Africana, que de todas formas obligaría a llevar un ritmo de 2 millones de ha al año, cuando actualmente se transforman menos de 200.000 ha por año, lo que supone un siglo de trabajo para llegar al objetivo o un incremento por ahora poco probable de ese ritmo.

Los visionarios proponen técnicas basadas en la auto recuperación de la flora, en la su memoria ecológica del terreno. Y esto (siempre el agua como protagonista) solo se consigue evitando los arrastres de tierra producidos por las inundaciones y el paso de ganado en los lugares a proteger

La regeneración natural del terreno realizada por agricultores autóctonos y conocedores de su entorno, se va revelando como una solución complementaria, de bajo coste, siempre y cuando los agricultores puedan explotar esos árboles y esas tierras regeneradas a cambio de su cuidados y esfuerzos allá donde sea posible reforestar. Nada de esto se puede hacer sin una buena gestión del agua, pues sin ella no hay regeneración posible. El conocimineto y la explotación sostenible de los acuíferos, la creación de balsas superficiales de retención de aguas de lluvia y de infiltración donde sea posible, el riego eficiente y adecuado para cada planta… el futuro de la Gran Muralla Verde del Sahel es también el futuro del agua.

Ojalá sea una realidad lo antes posible

Lorenzo Correa

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