Resuena en nuestros oídos (que por su edad ya han oído muchas cosas), el eco de la polémica entablada entre el ingeniero y catedrático Emilio Custodio y el ingeniero y escritor Juan Benet. Cuando finalizaba la primavera del año olímpico de 1992 y España comenzaba a salir de un terrible episodio de sequía, las páginas del diario «El País» acogieron un agrio intercambio de opiniones entre ambos. Un reflejo más de la eterna polémica de la gestión del agua en España, cuya solución año tras año, sequía tras sequía (ahora viene otra, prepárense), sigue sin acometerse desde la inteligencia emocional, con la herramienta de la seducción. En la hemeroteca está todo, para quien quiera conocerlo a fondo. Hoy aquí hablaremos del agua que consume la producción de energía hidroeléctrica y para ilustrarlo con polémica, iniciamos nuestro artículo con la reproducción textual de una parte de las palabras de D. Emilio en «El País», replicando a D. Juan (el subrayado es nuestro) y viceversa:
“En las aguas superficiales es donde hay mayor incertidumbre y manejo más difícil, aunque se disimule con afectadas seguridades, y por ello cabe que se realicen enormes inversiones en obras que pagamos todos los españoles, con fallos tremendos y con monumentos vacíos o para dar de beber al sol. Son el resultado de estudios inadecuados, postura arrogante y visión parcial de la realidad, pero, eso sí, con grandes beneficios para las empresas constructoras, con satisfacción de la megalomanía de ingenieros pagados de su poder, con atentados graves al medio ambiente y con riesgo de aumentar los desequilibrios interregionales. Este país y otros muchos están llenos de ejemplos, y hay regiones que han pagado -o aún están pagando- cara la alegría, presunción o -irresponsabilidad de algunos de sus dirigentes e ingenieros.
Dejemos de lado la dura interpretación de Custodio en el segundo párrafo, respondida inmediatamente en el mismo diario por Benet con estas sucintas palabras:
“Por cuanto el señor Custodio Gimena (doctor I. I, catedrático de Ingeniería del Terreno de la Universidad Politécnica de Cataluña, académico de Ciencias) se permite pregonar públicamente mi desconocimiento hidrológico, yo a mi vez vengo en sugerirle públicamente que aprenda a leer, algo más difícil a su edad que la acumulación de títulos académicos”
y centrémonos en el subrayado de las palabras del profesor Custodio: ¿Son los embalses monumentos erigidos “para dar de beber al sol”?
Estamos acostumbrados a oír que la generación de energía hidroeléctrica (responsable de la producción del 16% de la energía eléctrica mundial), es ideal para la conservación del medio porque produce energía renovable y no consume recurso. Pero hay quien cree que sí consume mucha agua. Veamos por qué.
Los datos que utilizamos para argumentar las tesis citadas proceden del trabajo “The blue water footprint of electricity from hydropower” realizado por M. M. Mekonnen y Arjen Hoekstra del Departamento de Ingeniería Hidráulica de la holandesa Universidad de Twente. Seleccionaron 35 embalses y estudiaron en ellos la huella hídrica de la generación de energía hidroeléctrica, cuantificando el volumen evaporado.
La paternidad del concepto de huella hídrica pertenece al propio Hoekstra, que en el año 2002 la definió como un indicador del uso del agua, directo o indirecto, por un usuario. Su definición más conocida y aceptada es la del volumen total de agua dulce que se utiliza para producir los bienes y servicios de un individuo, de una comunidad o de una organización, medido en agua consumida, evaporada o contaminada, en unidad de tiempo (m³/año), o en unidad de masa m³/kg). La huella hídrica de un producto es igual a la suma de agua dulce consumida o contaminada dividida por la cantidad de producción del producto.
Hoekstra le puso tres colores al agua:
- Azul, para representar el volumen de agua dulce consumida de las aguas superficiales (ríos, lagos y embalses) y subterráneas (acuíferos).
- Verde, la consumida procedente de la lluvia y
- Gris: la consumida para diluir los contaminantes y poder mantener los niveles legales exigidos de calidad.
En el caso que nos ocupa, Hoekstra analiza el impacto que genera la generación hidroeléctrica en los recursos hídricos debido a la evaporación, consumiendo agua azul. Es la huella hídrica azul de la producción de energía hidroeléctrica, originada por la evaporación del agua que pacientemente espera en el embalse su turno para mover los álabes de las turbinas y volver al cauce una vez turbinada.
El primer dato digno de tener en cuenta es que en los 35 embalses hidroeléctricos estudiados (que equivalen solo al 8% de los embalses hidroeléctricos de la Tierra), se evaporan 90 Gm³/año, o sea un trillón de km³ y este ingente volumen de agua equivale a la décima parte del agua azul de toda la producción agrícola del mundo. Por eso, los investigadores afirman que la generación hidroeléctrica es un importante consumidor de agua, alcanzando una huella media en las instalaciones de producción citadas de 68m³/ GJ.
En el contexto del universo de las presas, los grandes números cantan. Sus detractores no ignoran que casi la mitad del regadío del mundo depende de sus embalses, que además generan, como ya se ha indicado más arriba, el 16% de la electricidad mundial. El póquer de beneficios se logra sumando la laminación de avenidas en caso de inundaciones y la garantía de abastecimiento a poblaciones en situaciones de sequía. La otra cara de la moneda muestra a sus defensores otro póquer, en este caso de perjuicios: desplazamiento de comunidades, pérdida de sus tierras, alteración de caudales en los ríos aguas abajo y afección al medio.
El quid de la cuestión está en tener en cuenta el volumen de agua evaporado en los embalses, puesto que los datos publicados por los autores son impactantes. Antes de realizar sus estudio, los datos aislados existentes indicaban que una media de 1,5 m³ de agua embalsada por gigajulio de electricidad producida se evapora en las presas hidroeléctricas de California, o que en Nueva Zelanda, la huella hídrica azul en estas instalaciones era de 22 m³/ GJ
Para aclarar las cosas, eligieron las 35 centrales de las que más datos se disponían y calcularon la huella hídrica en función de la tasa de evaporación anual y la enenrgía generada. La producción eléctrica total de las centrales estudiadas, es de 73GW, equivalente al 8% de la energía generada en todas las instalaciones existentes en nuestro planeta. Extrajeron la media de datos acumulados durante períodos de 9 a 30 años, en función de su existencia, introduciendo también los relativos a cobertura de nubes mensual y porcentaje de màxima luz solar posible… y publicaron resultados que hacen pensar: la huella hídrica de agua azul de los embalses seleccionados equivale al 10% de la correspondiente a la agricultura; la mayoría de los embalses estudiados tienen una tasa media de evaporación de entre 2 y 3 m/año; aunque como es natural, al depender la evaporación del clima, la superficie del espejo de agua y el volumen embalsado, los resultados por embalse difieren en mucho, lo que más impacto tiene en la evaluación de la huella hídrica es la relación entre la superficie del embalse y su capacidad de producción hidroeléctrica. Es decir, que la evaporación depende más de la superficie del embalse que del clima. Así pues, Itaipú, en el Paraná, es la mayor central estudiada, con una huella hídrica de 7,6m³/ GJ, mientras que en Cahora Bassa en el río Zambezi en Mozambique, es de 186m³/ GJ.
El estudio también compara la huella hídrica de la electricidad de la energía hidroeléctrica con la huella hídrica de la electricidad de otras energías renovables.
Veamos los resultados: en el caso de la energía eólica y solar, la huella hídrica no llega a 1 m³/GJ. En el de la energía eléctrica procedente de la biomasa, varía entre 0 y 40 m³/GJ, dependiendo del cultivo que se use y de la eficiencia del riego. Sorprende más comprobar como una gota de agua azul destinada a la producción de energia hidroeléctrica genera menos energía que una gota de agua azul destinada al consumo en la producción de cultivos para generar materia prima para la bioelectricidad, por lo que sale más cuenta destinar agua para regar cultivos destinados a producir electricidad por biomasa que generar una cantidad mucho menor de hidroelectricidad con el mismo volumen de agua.
Aunque debe tenerse en cuenta que no es tan fácil la generación eléctrica por biomasa, ya que es necesaria la disponibilidad de terrenos suficientes y además actúan diversos factores económicos, sociales y ambientales que superan en importancia al factor de productividad del agua, sin olvidar que, como ya se indicó al principio, los embalses hidroeléctricos sirven además a otros muchos fines.
Por eso, lo importante es que en cada caso se tengan también en cuenta los costos derivados de no disponer del agua para otros usos (agrícolas, producción de biomasa o caudales ambientales) tanto aguas arriba como aguas abajo del embalse hidroeléctrico.
En sus conclusiones, los autores enfatizan en primer lugar sobre la interpretación que creen más adecuada del concepto de huella hídrica, que según ellos es más un indicador de uso de recursos, que un indicador de impacto ecológico o social, al que los embalses estarían mucho más ligados. “Pero la huella hídrica no es un indicador integral que refleja todos los impactos ambientales y sociales de una presa y necesita ser complementada con otros indicadores relevantes de uso de recursos e impacto para proporcionar una comprensión completa de todos los aspectos relevantes”. Por eso, aunque “algunos autores han sugerido redefinir la huella hídrica pasando de una medida volumétrica a un índice de impacto ambiental local, multiplicando los volúmenes por factores de impacto, por lo que los factores de impacto se definen en base a la escasez local de agua. De este modo, se obtendrían volúmenes ponderados de consumo de agua (Pfister y Hellweg, 2009; Berger y Finkbeiner, 2010)” ellos creen que así se pierde información muy relevante, porque para planificar los recursos hídricos asignables, deben conocerse los volúmenes de agua consumidos para la generación hidroeléctrica.
En segundo lugar, proclaman que la huella hídrica hidroeléctrica aumenta linealmente con el área inundada por unidad de capacidad instalada. Y como el agua evaporada del embalse no se suele tener en cuenta al evaluar los pros y los contras de la construcción de embalses hidroeléctricos, afirman que sí debería tenerse en cuenta cuando se contemple la energía hidroeléctrica como fuente de energía, en el contexto de la cuenca en la que el embalse se ubique
Porque un adecuado desarrollo sostenible de la energía hidroeléctrica exige la internalización de todos los costes externos, incluido el consumo de agua. Por ello, los costes económicos y ambientales del agua consumida se deberán cobrar al operador de la planta hidroeléctrica e incluir en el precio de la hidroelectricidad, teniendo en cuenta que sufrirán importantes variaciones en función de la competencia por el agua en la cuenca y del clima.
La importancia de la energía hidroeléctrica está fuera de todo debate. Es una fuente limpia y rentable de energía renovable y muchos países dependen de ella para su suministro eléctrico. Desde los años 70 del pasado siglo hasta hoy, la generación hidroeléctrica creció de 1295 TWh a 3288 TWh, lo que representa que se ha multiplicado por 2,5.
Por eso es tan importante la huella hídrica de la hidroelectricidad, que es su consumo de agua, se considere como un elemento más a tener en cuenta a la hora de redactar los estudios de evaluación del impacto ambiental de los embalses hidroeléctricos.
Lorenzo Correa
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