Nuestro río humano de hoy es el panameño río Mamoní, afluente del atlántico río Bayano. Allá por el tramo más angosto del hemisferio occidental, en el que tan sólo 50 kilómetros separan el océano Pacífico del Atlántico, encontramos un corredor de bosque primario y unos valles feraces repletos de diversidad biológica. Es la vía verde utilizada por centenares de especies de aves migratorias. Para los indígenas Guna Yala, es la divina Madre Tierra de sus territorios.
En tan paradisíaco lugar nace nuestro río, en una zona protegida y declarada patrimonio natural, por el entorno de bosque tropical que le rodea y reserva hídrica por los caudales que aporta como sustento a una enorme variedad de fauna y flora.
Al estar solo a dos horas de la ciudad de Panamá, las amenazas a su integridad fueron muy notables y hubo que frenar las ansias de los ganaderos por deforestar para el pastoreo y de los plantadores de culantro, hierba aromática muy utilizada en la cocina mundial para aderezar ensaladas, sopas, pescados y rebozados.
Frenados los intentos humanizadores de la cuenca alta, el Mamoní en su curso medio se encañona y ofrece multitud de cascadas y saltos de agua, atrayendo a los que quieren refrescarse tras una agotadora excursión por el río. Río humano, aunque no demasiado humano, el Mamoní
Lorenzo Correa
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