La religión, la sociedad, la naturaleza, esas son las tres luchas del hombre. Esas tres luchas constituyen al mismo tiempo sus tres necesidades; necesita creer y erige el templo; necesita crear y funda la ciudad; necesita vivir y empuña el arado o maneja una nave. Pero esas tres soluciones entrañan tres guerras, y originan también las dificultades de la vida. El hombre tiene que salvar el obstáculo que en ellas le sale al paso en forma de superstición, en forma de prejuicio y en forma de elemento. Una triple fatalidad pesa sobre nosotros: la fatalidad de los dogmas, la fatalidad de las leyes y la fatalidad de las cosas. En Nuestra Señora de París, el autor ha denunciado la primera; en Los Miserables, ha señalado la segunda; en este libro se propone indicar la tercera. A esas tres fatalidades que envuelven al hombre se mezcla la fatalidad interior, la fatalidad suprema, el corazón humano.
Víctor Hugo. Prólogo de “Los trabajadores del mar”
La fatalidad del elemento desde la seductora interpretación de Víctor Hugo. Su declaración de intenciones para escribir una trilogía impecable, seduce e impele a leer las tres entregas de un tirón desde hace dos siglos, generación tras generación. Sólo él ha podido explicar la eterna querella entre la necesidad de vivir y la necesidad de salvar el escollo de los elementos de una manera tan desgarradora y certera. El agua a veces es un obstáculo en forma de elemento para nuestra supervivencia, en el mar durante la galerna, junto al río durante la avenida (un recuerdo emocionado para quienes perecieron en la última, esta vez en Colombia), en todas partes durante la sequía
Por eso, cuando no hay y cuando hay de sobra, llega a matar. En su justa medida, nos da la vida, pero en su exceso o en su defecto, es nuestra condena. Si se fijan en la foto que encabeza este artículo, la lápida lo dice claro: cuando el agua está «bendita», da vida y hasta salvación. El reto del buen gestor es conseguir bendecir el agua.
Víctor Hugo nos invita a mirar por el retrovisor, pero con una visión de la naturaleza no tan bucólica como estamos acostumbrados a desear. La de que es “una lucha del hombre”, que “necesita para vivir”, que “constituye una necesidad” y…”un obstáculo en forma de elemento”…”la fatalidad de las cosas”. Y es que los seres humanos “necesitamos vivir” y para hacerlo debemos estar seducidos por la vida. No siendo así, gestionarla es una labor de ejercicio de poder y de convencimiento. Pero convencer es solo aplazar un conflicto y eso es lo que nos viene pasando con la gestión del agua convencional y sus nuevas y viejas culturas del convencimiento. Abogamos por la seducción
Hace unos días, nos tocó presentar una comunicación en el II Congreso del Agua en Cataluña y lo hicimos poniendo el acento en la seducción.
Cierto es que la mayoría de las preguntas que, en público o en privado, nos formularon tenían que ver con la extrañeza que supone el introducir el concepto de seducción en algo tan técnico y científico a priori como es la gestión del agua, sobre todo cuando hablábamos de algo tan concreto como las inundaciones costeras, los embalses playeros y en otra ocasión de la confianza en la administración y la participación pública en la toma de decisiones. Pero todos nos preguntaban por eso de la seducción con sorna unos, con retintín otros y muy pocos con intención de averiguar qué se esconde tras la palabreja…
Vamos a explicarlo. ¿Qué papel juega la seducción en este escenario inundado o humedecido por el agua?. Porque es el agua el leitmotiv de este blog.
Resulta que en este siglo del progreso, es un objeto que molesta cuando pierde su armonía y un sujeto que se molesta cuando nuestra necesidad de vivir cada vez mejor y más seguros le agrede. Aunque en los viejos tiempos del estado prístino, era solo un “sujeto”: se esperaba algo de ella, se la esperaba, se sabía de su existencia en otra parte (lejos de casa cuando se la necesitaba) y se quería traerla allí, se quería poseerla para dialogar, comunicar y gozar de su presencia feraz. Antes de llegar a casa, estaba su promesa y al llegar, sobre ella o de ella misma, dimanaría el aura de sus dádivas, de sus posibilidades incalculables. Y con el paso del tiempo, la convertimos en objeto de necesidad para mejorar nuestras condiciones de vida. Sin seducción, solo con propósito de esclavitud.
Ahí comenzaron las molestias, porque en la vida no todo son dádivas, (dar y recibir son dos caras de la misma moneda). Traerla a casa (recibirla), supone “molestias” y sacarla de allí, todavía más. La tenemos en las casas de los “ricos” y seguimos trabajando para que llegue a todas las casas, luchando contra los elementos contra la “Ananké”, madre de las Moiras y de Adrastea, encarnación del destino, diosa de la necesidad.
Necesitamos vivir y la vida no es más que la representación eterna de esa lucha contra los elementos, leit motiv de la epopeya de Gilliat en el libro antes citado.
¿Qué podemos hacer para cambiar ese estado de ánimo tan preocupante del agua cuando nos acompaña en casa, para evitar que «nos» y «se» moleste, como ahora, cuando mañana llegue a las casas a las que todavía no llegó? ¿y para que se vaya cuando no la queramos en su ingobernable abundancia?
Ella se amolda a cualquier recipiente, leamos de nuevo en el libro a Víctor Hugo: El agua es dócil, porque es incompresible. Se desliza bajo cualquier presión o esfuerzo. Si se la empuja por un lado, se desliza por el otro. Así se hace ola y en esta conversión consiste su libertad.
Libertad, es el concepto que para nosotros mejor define al agua sujeto-objeto. ¿Qué hacer?
Seducirla en esa libertad, iniciando una conversación con el agua sujeto para que compruebe que lo que hacemos con ella parte de una necesidad elemental por nuestra parte, la necesidad de vivir, su objetivación y nuestra humanización..
Decirle que muy a menudo, hacemos las cosas mal, pero que al ser cada vez más conscientes de ello, estamos cada vez más dispuestos a cambiar nuestras conductas para demostrarle el respeto patrimonial que se merece. Porque sin ella no podemos vivir.
Que la entubamos para verla bien antes de usarla, para tratarla bien antes de devolverla al medio, para oírla llegar y marcharse, para sentir que solo sabe a agua…porque cualquier cosa que hagamos con ella, deteriora inevitablemente su calidad o reduce su presencia en el medio del que la extraemos, seamos pobres o ricos.
Que la embalsamos para que cuando se siente muy molesta y se agita tanto que al perder los nervios nos hace daño porque quiere recuperar su libertad, podamos calmarla en un vaso tranquilizador que la remanse hasta que se tranquilice (a ese vaso algunos le llaman presa de embalse).
Para evitar que al enfermarse, nos enferme. Para ello, debemos destinar presupuestos importantes que garanticen su correcto tratamiento. Y definir de donde va a salir el dinero, porque sin dinero, siendo tantos como somos, ni podemos calmarla ni evitar que nos altere a nosotros.
Estamos acostumbrados en España a oír o leer que desde la administración del agua se informa de que el estado no tiene dinero para pagar los programas de medidas necesarias de los planes hidrológicos de cuenca para cumplir con una interpretación de objetivos ambiciosa de la directiva marco del agua europea. Sabido era, pues con la hispana planificación sin atributos, solo se consigue que la noria siga dando vueltas. El problema es que mientras que no se defina con la máxima exactitud cuánto cuesta lograrlo, quien paga y como se reparten solidariamente las cargas económicas, los más pobres seguirán sufriendo las molestias de no tener una solución adecuada que respete su libertad y la nuestra.
Hidropolítica, gestión eficiente, nuevas culturas del agua… son mensajes cada vez más presentes en la vida cotidiana que hacen tambalear la habitual seguridad de disciplinas tan particulares como esta. Visiones filosóficas que comienzan a ser habitualmente abordadas por los medios de comunicación que proyectan a la sociedad el eco de preguntas que no obtienen respuestas satisfactorias. Síntoma de profunda crisis cultural, antesala de un gran giro sobre la comprensión de la visión del agua del siglo XXI.
A los que se sienten molestos con el agua, habrá que seducirles también, argumentando con donaire que administrar bien el agua es la clave para que no nos moleste más de la cuenta: que no es “escasa y cara”, sino que es costosa y debemos confiar en ella, para que ella confíe en nosotros.
Desde futurodelagua.com proponemos el comienzo inmediato, sin más dilación, de una nueva representación cuyo nudo serán las grandes resoluciones a adoptar en el campo de la gestión hídrica. Su desenlace, modificará inevitablemente las condiciones de toda una generación de expertos y del conjunto de las disciplinas a través de las cuales orientamos nuestras distintas actividades en la gestión del agua.
Esperamos con ganas el inicio, desarrollo y final de la representación, a ver qué dice y como se siente el agua a la salida. Porque por algún lado saldrá, seguro. Ojalá salga con ayuda de la seducción estética definida por Humberto Maturana como basada en la comprensión de que el ser humano goza con la belleza. Huyendo de la convicción, que es seducción manipulativa que hace huir súbitamente a la belleza. Estamos acostumbrados a que nuestro objetivo sea del de convencer y así solo anulamos la posibilidad de escuchar y generamos tal presión que la única salida es la del resentimiento. ¿Han observado cuánto resentimiento se desprende de leer u oír a los que hablan sobre agua?
Es debido a que, como también nos dice Maturana, la manipulación significa utilizar la relación con otro de una manera que le sugiere que lo que sucede en cada momento le sirve o tiene ventajas para él. Pero en realidad son las actividades resultantes del manipulado, las que benefician al manipulador. Por lo tanto, en el fondo, manipular significa engañar.
La nueva representación en el escenario de la gestión del futuro del agua, pasa por actores que sean solo lo que son, sin la más mínima discrepancia entre lo que hacen y lo que dicen, sin simulaciones para que los que escuchen o participen en las futuras conversaciones se sientan aceptados, como dice Maturana de nuevo de una manera que también les permite mostrarse de una manera auténtica y por lo tanto agradable para ellos. Sin ataques, sin obligaciones. Esta es la seducción estética maturaniana que nos gustaría ver aplicada en la gestión del agua, porque solo con ella presente se abrirán posibilidades de encuentro completamente nuevas. Y eso es lo que ahora hace falta, iniciar el camino de la gestión por la seducción, también en este ámbito, «bendiciendo» el agua a través de una gestión seductora, porque algo tendrá el agua cuando la bendicen
Lorenzo Correa
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