Nos apasiona reflexionar y escribir sobre el concepto de cultura del agua en España, desde hace mucho tiempo de moda con diversos adjetivos que complementan el sustantivo esencial, el de la cultura. Se ordenan cronológicamente, de vieja a nueva cultura, para abarcar desde la época en que Lorenzo Pardo tomó fotos de los lagos del Pirineo, a la era del caudal mínimo que el Ebro debe conservar al llegar al mar, que es el morir. ¿Será cierto que los ríos unen y los mares separan?.
Y también nos agrada reflexionar sobre el ocaso de sus venerables sacerdotes. Comencemos por los paradigmas de base de esas culturas. A lo mejor, en lugar de un “post”, esto es un “pre”… de ahí el título de este post. La integración limnología-hidrología que proponemos para salir del marasmo cultural, o del espasmo hiper politizado de la gestión del agua actual en España, se parece mucho a otro debate abierto entre medicina y psicología. Caramba, todo está escrito. Nos parece muy importante señalar que es necesaria una educación en valores, que no prime la inteligencia racional o técnica por encima de la inteligencia emocional. Porque la inteligencia emocional es la única palanca que puede remover el ( para nosotros), ya superado modelo de las antiguas y las nuevas culturas, basado en paradigmas tan excluyentes como corrosivos del diálogo, sustituyéndolo por el paradigma de la confianza.
¿Es el debate hídrico exclusivo de los expertos de uno u otro bando, o nos compromete a todos?
El interés que el experto establece con su disciplina como dominio de trabajo, provoca que la relación esencial entre la reflexión científica o la decisión administrativa y las condiciones generales de la gestión del agua no siempre esté asegurada. Ahora toca atreverse a quitarle el velo poniendo en tela de juicio continuamente lo que podríamos llamar la administración de la “hidrocultura” por los expertos.
Esta arcaica manera de concebir la hidrocultura nos induce a creer que ella no nos incumbe, que representa el terreno de competencia casi exclusiva de especialistas (que aplican el poder político o el poder científico: su potencia legal o su potencia técnica) y sobre el cual poco o nada podríamos realmente aprender o comprender.
Pero la discusión nos incumbe y compromete a todos, al ser algo que forma parte de todos nosotros y no sólo estamos capacitados para entenderla sino también para participar e incidir en ella. Ello implica un esfuerzo por recuperar nuestra capacidad de control sobre el debate del agua. Porque, repetimos, nos pertenece y atañe de la misma forma que, en su dominio específico, nos concierne la salud, la educación, el deporte, el arte o la política. Ello no implica negar la existencia de especialistas o profesionales en estas áreas, pero su real existencia no nos impide sentir que tales áreas nos pertenecen a todos y forman parte de nuestra propia existencia.
El desarrollo histórico de la hispana hidrocultura al que nos referimos, abarca los últimos cien años. En él podemos reconocer períodos diferenciados que, más allá de las importantes transformaciones registradas en ellos, se realizan sobre la base de una misma y fundamental matriz de sentido. A esta matriz fundamental de sentido, Rafael Echevarría la denomina «paradigma de base», apoyándose en el término propuesto por Thomas S. Kuhn en su obra “La estructura de las revoluciones científicas”.
Wikipedia: “según Kuhn, las ciencias no progresan siguiendo un proceso uniforme por la aplicación de un hipotético método científico. Se verifican, en cambio, dos fases diferentes de desarrollo científico. En un primer momento, hay un amplio consenso en la comunidad científica sobre cómo explotar los avances conseguidos en el pasado ante los problemas existentes, creándose así soluciones universales que Kuhn llamaba «paradigma», término que designa todos los compromisos compartidos por una comunidad de científicos. Por un lado, los teóricos, ontológicos, y de creencias y, por otro, los que hacen referencia a la aplicación de la teoría y a los modelos de soluciones de problemas. Los paradigmas son, por tanto, algo más que un conjunto de axiomas”
Cuando Kuhn habla de paradigma, apunta a un núcleo central de definiciones y reglas al interior de una disciplina, a través del cual se configuran no sólo el objeto de análisis, sino también las preguntas pertinentes y las formas aceptadas de responder a ellas. Lo que es válido al interior de una disciplina, remite, a su vez a un núcleo todavía más fundamental del que la propia disciplina es tributaria. Las soluciones universales que conforman el “paradigma” kuhniano, en el ámbito de la gestión del agua son harto conocidas: esta cultura tiene su matriz de distinciones primarias a través de las cuales se define lo que es real, nuestra capacidad de conocimiento, el sentido de la existencia y las posibilidades de la acción humana, los criterios de validez argumental, la estructura de nuestra sensibilidad.
El paradigma de base de la hidrocultura configura un núcleo (que define la propia posibilidad y carácter del quehacer científico), muy anterior al de los paradigmas disciplinarios de que nos habla Kuhn para las ciencias. Representa el núcleo de nuestra obviedad y la estructura primaria de nuestra mirada o disposición hacia las cosas del agua, define la posibilidad del quehacer científico, compromete y determina el conjunto de la existencia y de la acción humanas y representa lo que nos parece incuestionable.
Hace 90 años era de unánime consenso la solución adoptada para remediar los “males de la patria” y sus habitantes y alcanzar en marcha el tren a la modernidad: embalses, canales, riego… cuando el agua llegaba a una zona de secano, el pueblo llano salía a la calle con pancartas cuyo lema era “Vivan los ingenieros”. Y en cambio, al comenzar nuestro siglo, el agua del mar, el ahorro, la reutilización y la eficiencia eran nuestra salvación y la de los seres que viven en el agua. Íbamos a lograr en pocos años aunar la garantía de recursos y la mejora de la calidad a un precio asequible para los ciudadanos sin destrozar el medio.
Los «paradigmas de base», cambiaron: la aportación del conocimiento científico transdisciplinar a los grandes temas del agua, la adopción de tecnología inocuas ambientalmente y eficientes económicamente y la “participación ciudadana» (el entrecomillado es nuestro), suplieron a los paradigmas del siglo XX. Véase como los paradigmas han sido distintos en un mismo momento para sociedades diversas, según sea la radicalidad de sus diferencias culturales.
Ahora observamos como se ha alcanzado un importante punto de quiebre en los presupuestos primarios, en los «paradigma de base» de la gestión del agua, a a causa de la desconfianza generalizada en los sumos sacerdotes de cualquier creencia y en la politización del discurso. Por ello nos encontramos ante signos inequívocos que apuntan hacia la emergencia de un «paradigma de base» radicalmente diferente, que comprometa a la filosofía (que agrupa los paradigmas kuhnianos con sus distinciones derivativas: metafísica, epistemología, lógica, ética y estética) con el sentido común (que agrupa las distinciones primarias). Las distinciones derivativas emergen del sentido común, mientras que las primarias surgen de la estructura del sentido común, que todos llevamos dentro. El sentido común no es coherente ni sistemático. La filosofía pretende serlo. Es evidente la dificultad de distinguir con la claridad suficiente los principios constitutivos de una nueva fase histórica en el discurso del agua, conferidos de un carácter marcadamente negativo que pone en evidencia un apego todavía vigente a los principios modernos, ya puestos en tela de juicio.
Porque la filosofía se esfuerza en seducir al sentido común para modificarlo.
A nuestro entender, se ha quebrado el paradigma de base de la cultura del agua. Comenzamos a sospechar de nuestras certezas. Porque todo está escrito.
La inteligencia emocional llama a la puerta, amigos. A ponerse las pilas tocan, si queremos que se genere el talento necesario para conseguir cambiar el paradigma antes de que sea demasiado tarde.
Lorenzo Correa
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