Qué placer traer a nuestro miércoles poético a Ángel González el inconmensurable poeta asturiano fallecido en 2008. Leer sus poemas es una
experiencia que a todos perturba y a nadie deja indiferente: nos revuelve el alma, nos estremece y nos inocula la droga de su poesía a la que siempre volvemos. No conocemos a nadie que habiendo leído un poema suyo no haya caído en sus redes, de las que ya no se puede salir. Su poesía acompaña siempre a un lector que, cuando menos se lo espera, oye su canto de sirena apelando a la sensibilidad, trayendo a la emoción, encendiendo la pasión y suavizando con su bálsamo las decepciones. Le preguntaron una vez que cuándo se había enterado de que era poeta y su respuesta fue tan sencilla como escueta: “Cuando me lo dijeron”
En el poema que hoy proyectamos sobre el caudaloso y bravo río Mamoní (Panamá), en su fluir continuo hacia el río Chepo y con éste al Pacífico, González nos ofrece la posibilidad de sumergirnos en lo oculto, de gozar de la inmersión en las aguas de la vida para conjurar el tiempo en su inevitable discurrir hacia la muerte.
La metáfora vida-río ocupa un lugar señalado en la poesía de Ángel, siempre contra corriente, oponiéndose a lo establecido para afirmar la libertad, pero manteniendo la memoria de lo vivido a flote en las turbias aguas del tiempo con la palabra poética. A través de sus versos fluye el río del tiempo, que ellos milagrosamente detienen.
Como la poesía hay que oírla, les sugiero que después de leerla, la oigan en la voz de Ángel y en el canto del cantautor canario Pedro Guerra
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