“Al nacer, el hijo del hombre civilizado encuentra hoy a su servicio un capital inmenso, acumulado por sus predecesores. Y ese capital le permite obtener riquezas que superan a los ensueños de los orientales en sus cuentos de Las mil y una noches”. Nuestras riquezas. Piotr Kropotkin
El presente de la gestión del agua viene definido por las polémicas eternas que persisten desde el pasado: trasvases, financiación de las actuaciones incluidas en los programas de medidas de los planes hidrológicos, visión del agua como recurso o como patrimonio… y por una persistente polémica relativa a si ésta debería ser pública o privada. En esta agria coyuntura, los “ejecutivos del agua” están ganado la partida (o así lo parece) a los administradores públicos del patrimonio hídrico. Oí por primera vez utilizar en primera persona este calificativo a un ingeniero de multinacional que se atrevió por un tiempo a hacer de administrador público del agua, y con ella me refiero a aquellos profesionales que pretenden conjugar los negocios financieros con los del agua… ejecutivos del agua, sí.
Para llegar al futuro, conviene siempre antes darse una vuelta por el pasado. En la historia de la humanidad, la formación de grandes comunidades provocó la sobrecarga del medio natural y por supuesto de los recursos hídricos y tuvo como consecuencia que los individuos no pudieran ya tener acceso libre a los recursos de subsistencia (tampoco al agua, claro), dejando en manos de la sociedad (entendida como un sistema de convivencia), la responsabilidad de proporcionarlos.
Tal responsabilidad social es bastante desconocida y casi siempre negada con argumentos tan peregrinos como el de que pone al ser individual como opuesto del ser social. Es la falacia de no tener en cuenta que el ser humano es individuo porque es ser social y es social porque es individuo.
En el estado prístino del añorado pasado ideal, el humano tenía a mano todo lo que necesitaba para su bienestar. Ese era el Paraíso Terrenal, el Reino de Dios. Después de Adán, llegó el reino humano y en él la sociedad se convirtió en el Reino de Dios, adquiriendo la pesada carga de configurar un escenario en el que todos los actores que intervienen en la obra (en la vida), encuentren lo que necesiten para su bienestar. Ahí tenemos una definición “sui generis” de la administración del agua que regalamos a los políticos por si les viene bien utilizarla.
Bonito y admirable pero… impedido por la enajenación mercantil que todo lo transforma en bienes comerciales y, por serlo, apropiables en un proceso que genera siempre dependencias y miserias. El apego, el deseo de posesión, es el elemento generador de esas consecuencias tan desagradables.
Toda la historia social moderna, en nuestro caso el proceso de definición y creación de la administración del agua, ha sido una continua pelea por implementar mecanismos sociales que neutralicen y reviertan los efectos generadores de miseria que tal enajenación nos acarrea.
Sigamos avanzando en el tiempo. ¿Qué caracteriza ahora nuestro presente?: el conocimiento, el cientifismo, la técnica como solución a todos los problemas y como motor que impulsa el progreso. Pero, al estar ya todo, también este motor es objeto de enajenación mercantil, porque hoy en día, el conocimiento ES poder. Nótese que el que no sabe le da el poder al que sabe (como el subordinado se lo da a su jefe), pues hace lo que este le pide a cambio de los efectos de su sabiduría.
La gestión privada del agua podría ser (bajo el pretexto de resolver los problemas existentes), una nueva fuente de enajenación mercantil si no la convertimos en una oportunidad para la generación de bienestar social y económico de la ciudadanía que la sufraga. Para futurodelagua.com, ahí está la clave del debate. Profundicemos en ello.
Entendemos que la única salida posible a la dependencia, subordinación y sometimiento ante el supuesto abuso derivado de la ignorancia de quien recibe el servicio, es el conocimiento mismo y el tener plena conciencia de que es responsabilidad de toda la comunidad el bienestar de sus miembros, al causarles las privaciones a las que la convivencia en comunidad les somete. En este sentido, una administración pública del agua, debería estar más cercana a esa conciencia por pura definición de lo público. Y una privada, se supone que debería de hacer un sobreesfuerzo para esa concienciación. En cualquier caso, podría hacerlo. Por ello, interpretamos que nuestra responsabilidad social, reside más en evitar la enajenación mercantil de la gestión del agua que en discutir eternamente sobre si es mejor lo privado o lo público.
Es una opinión fundada en el “para qué” de la gestión del agua: estamos rodeados de seres vivos e inmersos en un ambiente que es producto casi exclusivo de los procesos biológicos, ya que casi todas las características de la atmósfera, de la superficie terrestre y de los mares dependen de lo que hagamos los seres vivos. Y todas nuestras necesidades vitales y culturales se satisfacen con procesos biológicos naturales o artificiales. Por todo ello, lo único que puede devolvernos a todos el acceso al bienestar hídrico sin los desequilibrios abusivos y la pérdida de dignidad humana que trae consigo la dependencia vital de la enajenación mercantil, es el conocimiento de nuestro mundillo acuático y de cómo interactuar con él (extrayendo agua e introduciéndola una vez usada), sin negar su naturaleza
Porque en los últimos años, cada vez más expertos financieros internacionales afirman que el agua es “la nueva mercancía” que se está “acaparando” (como ocurre con la tierra) en África, Asia, Iberoamérica y Europa. Esto incluye diferentes formas de enajenación mercantil, incluyendo la privatización de las fuentes de agua y de los servicios basados en el agua. Privatizar el agua es un ejemplo del proceso más general de mercantilización de la vida, transformando a los bienes naturales en propiedad privada mercantilizable.
Una de las expresiones más importantes de la mercantilización es el enorme auge de la industria del agua embotellada, ya conocida como la mercancía “perfecta”. Sus detractores han iniciado campañas de prohibición de los envases de plástico y de progresiva sustitución de ese tipo de agua por de red suministrada por empresas públicas. Es el caso de San Francisco y Nueva York. Otras ciudades como Atlanta, Berlín, Yakarta, y Paris, están cancelando la privatización de los servicios de agua y saneamiento y retornando esos servicios al sector público. Es la des-mercantilización.
Ahora nos enteramos que la Comisión Europea ha aprobado un documento que recomienda que las políticas de desarrollo de la UE deberían integrar el acceso universal al agua y al saneamiento mediante la promoción de asociaciones tanto público-públicas como público-privadas basadas en la “solidaridad” entre los operadores del agua. Dice también que los poderes públicos tienen el deber de garantizar el agua a todos los ciudadanos, independientemente del operador que preste el servicio. Urge a los Estados miembros a aumentar la inversión pública con el fin de mejorar el estado de las infraestructuras hidráulicas, les insta a crear un organismo o autoridad nacional regulatoria, reclama la implementación de las obligaciones derivadas de la aplicación del principio de recuperación de costes, y pide a la Comisión Europea a establecer un marco normativo para la reutilización de efluentes tratados.
Muy bien. Pero la polémica no cesa, porque unos opinan que aunque la gestión sea pública y regulada desde la administración, el regulador no controlará nunca lo suficiente al operador (eso es falta de confianza en el regulador, terrible argumento). Y otros opinan que el regulador jamás tendrá presupuesto suficiente para acometer en tiempo y forma los gastos necesarios para una buena gestión, cosa que un operador privado sí puede hacer de una manera más eficiente y además generando un legítimo negocio en la operación. Dos interpretaciones de la gestión sobre las que el paso del tiempo no permite apreciar una convergencia seductora de criterios, sino que lo único que permite es escuchar incesantemente dos discursos paralelos…mientras la casa sigue sin barrer
Para evitar más polémicas (ya saben que “Pólemo”, en latín Bellum) era la personificación de la guerra y la batalla), o sea lo que sabemos hacer tan bien desde hace un siglo en el ámbito de las hispanas disputas hídricas… iniciemos un proceso de búsqueda y entrega de conocimiento acuático en todos los ámbitos de nuestro vivir y en todos los niveles culturales existentes. Estudiemos y enseñemos la biología de nuestras plantas, de nuestros animales, de nuestra atmósfera, de nuestra tierra, de nuestros ríos, de nuestro mar y de nosotros mismos.
Mediante estos conocimientos, podremos participar en el bienestar de todos, haciendo del saber un proceso seductor que reduce las diferencias, impidiendo por ello abusos accidentales e intencionados, al devolver a cada individuo su autonomía como ser social liberado de la enajenación mercantil del saber, porque vivimos una cultura del agua enajenada en el mercantilismo y solo saldremos de esa cultura cambiando el discurso, las eternas conversaciones del pro y del anti por otras en las que el trueque comercial sea hecho desde la conciencia social y ecológica del que lo hace. Eduquemos en devolver a la comunidad lo que recibimos de ella y no en vivir en comunidad en la competencia y el abuso que la libre empresa sin responsabilidad social genera.
Este blog pretende deconstruir el discurso dominante de la gestión del agua desde la ontología del lenguaje, disciplina base del coaching ontológico, especialización del autor.
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