¿Qué clase de crisis es la crisis del agua?


La crisis de la gestión del agua es una crisis cultural. La cultura en la que nacimos y crecimos los mayores de 50 años, es una cultura “familiar”, o sea patri-matriarcal. Se basa en relaciones que surgen de la respuesta social a un estímulo emitido desde el poder: autoridad y sumisión, desconfianza y control. Los gestores tradicionales del agua son y ejercen la “autoridad” en su materia y como tal autoridad tradicional, corren cada vez más el peligro de negar constantemente a sus súbditos e impulsarles a un vivir sin respeto por ellos mismos, ya que viven en un bucle infinito de relación basada en autoridad, sometimiento, desconfianza y control (ASDC). Para salir del bucle hay que asumir que cualquier idea es buena, cualquier juicio es inevitable, pero poder demostrarlas y fundamentarlos es mucho mejor. Esta es la clave de un sano debate imprescindible para modificar la típica relación ASDC.

Cuando afirmo que vivimos una crisis cultural del agua, quiero decir que en todo el mundo existe un debate abierto que la provoca, sobre cuestiones fundamentales para definir y acordar la forma en que debe gestionarse el agua en este siglo. En los países más desfavorecidos, el debate se centra en la forma de dar garantía de calidad y cantidad para abastecer y sanear a la población descargando al medio emisor y receptor de la pesada carga a la que está sometido a causa de la cada vez más elevada población que exige ser servida. Se trata de resolver un problema humano, sanitario y ambiental de primerísima magnitud, de tapar la brecha de la inmigración masiva y de permitir un estable crecimiento económico que lleve a una mejora de la calidad de vida, sin caer en los errores cometidos por los países antes desarrollados, pero teniendo el mismo objetivo de mejora de calidad de vida a un precio asequible. El reto es enorme.

En los países más avanzados, se trata de decidir el modelo de gestión (público, privado o mixto), que asegure un buen servicio a un precio asequible a todos los ciudadanos sin afectar al medio y contentando a todos los actores, respetando los derechos adquiridos, implementando nuevas técnicas muy costosas y ajustando los costes, actuando con la máxima transparencia en la toma de decisiones. Combinar lo técnicamente factible con lo económicamente realizable y con lo socialmente aceptable. Otro reto enorme.

Toda gran crisis cultural obliga a un reencuentro entre filosofía y sentido común, entre filosofía y vida. Por ahí va ese novedoso (no sé si nuevo), concepto de la hidropolítica. Hoy día, nuestra vida le exige cuentas a la filosofía y ésta se ve obligada a sumergirse en ella para revitalizarse. La resolución de una crisis cultural de este tipo obliga a una suerte de liberación de las cadenas de un pasado filosófico e invita a un volver a partir. La hidropolítica hecha por políticos convencionales, o por “ejecutivos del agua”, se queda en política mojada. Porque un “nuevo” punto de partida, se convierte rápidamente en un punto de saturación, en el que se crean naturalmente condiciones para rebasar sus principios fundamentales.

Resumiendo: nuestra cultura del agua ha entrado en una profunda crisis que compromete sus presupuestos filosóficos esenciales. En estas circunstancias, volvemos nuestra mirada hacia la filosofía, cuyo lenguaje parecía ininteligible a la inmensa mayoría de los mortales, que respetaban reverencialmente su autonomía, dejándola fuera de sus problemas cotidianos. Ahora, el ámbito de la gestión del agua, ya es un problema cotidiano y comienza progresivamente a ganar la atención de un público “experto” o no, previamente despreocupado por los problemas filosóficos. Cada vez oiremos más discursos filosóficos emitidos desde fuera del ámbito formado por los profesionales y los gestores convencionales del agua.

Hidropolítica, gestión eficiente, nuevas culturas del agua… mensajes cada vez más presentes en la vida cotidiana que hacen tambalear la habitual seguridad de disciplinas tan particulares como esta. Visiones filosóficas que comienzan a ser habitualmente abordadas por los medios de comunicación que proyectan a la sociedad el eco de preguntas que no obtienen respuestas satisfactorias. Síntoma de profunda crisis cultural, antesala de un gran giro sobre la comprensión de la visión del agua del siglo XXI.

Se abre el telón y comienza una nueva representación cuyo nudo serán las grandes resoluciones a adoptar en el campo de la gestión hídrica. Su desenlace, modificará inevitablemente las condiciones de toda una generación de expertos y del conjunto de las disciplinas a través de las cuales orientamos nuestras distintas actividades en la gestión del agua.

Durante el mes de marzo del próximo año, la Asociación Catalana de Amigos del Agua ha organizado el primer Congreso del Agua en Cataluña, evento en el cual se pretende abordar la gestión hídrica desde una perspectiva holística, transversal y enriquecedora, aprovechando las enseñanzas del pasado, las interpretaciones del presente y la prospección del futuro en una comunidad hídrica como la catalana en la que, a su escala, se dan todas las condiciones de partida para garantizar que la extrapolación de las conclusiones será de utilidad para cualquier otra comunidad.

Buen momento para iniciar las representaciones.

Pasen y vean, la función va a comenzar.

Lorenzo Correa

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